Una versión esotérica del caso Barreda (Almagesto, 1994)
Capítulo I: Los hombres son siempre criaturas
Nadie sabe por qué las mató. Todos hablan y dicen, pero la verdad es que nadie sabe. Ni el juez, la policía menos. Yo sí, y lo supe desde siempre. Ya lo había soñado. Muchas veces, creo que desde que vine a La Plata, hace como veinticinco años. Yo soy de Bragado, ¿conoce Bragado? Linda ciudad, antes no me gustaba, ahora sí. Mi padre trabajaba en la acería, era perfilador en la planta de matrices. Este es él, éstos son los compañeros de sección, éste de traje es Bernardo Coll, el dueño, un personaje en Bragado, y atrás está el horno eléctrico, cuando lo inauguraron. Es la única foto en serio que tengo de mi padre, en las demás está siempre con mi madre. Parece otra persona. Mi madre siempre decía lo mismo: “El hombre y la mujer nunca pueden reírse de lo mismo”. Ella todavía vive. Yo me vine a La Plata para estudiar, pero después dejé. La verdad es que me vine para escapar de ellos. No eran malos, pero eran el pueblo, eran Bragado. Mi madre más que mi padre, pero es lo que pasa siempre. Las madres son capaces de todo.
El sueño, sí. En cuanto llegué a La Plata fui a una pensión en Tolosa, sobre la calle 1, entre 33 y 34. La dueña me acuerdo que tenía la manía de alimentar los gatos del vecindario. Se iba a las siete de la mañana a un baldío de la vuelta y les daba las sobras. Era española, y si estaba enferma teníamos que ir cualquiera de nosotras a darle de comer. Las inquilinas, claro. A las siete en punto tenía que ser. Era maniática. Los gatos siempre comían en un mismo orden, primero el negro, después el blanco y así. Decía que era para no alterar el destino, y que los gatos eran los días del destino. Yo me reía, ahora creo. No en eso de los gatos, pero sí en el destino. Es raro, pero ahora que lo pienso creo que la muerte nunca llega en el momento justo, si no no habría asesinos, ¿no le parece?
En cuanto llegué a La Plata me puse a buscar trabajo. Esta ciudad no es para buscar trabajo. Cuesta. Acá me parece que entran los conocidos, o los amigos o los recomendados. Es una ciudad de barrio, no sé si me entiende. Era verano, yo me había anotado en Farmacia y buscaba algo parecido, entrar en un consultorio, como secretaria de algún médico, algo así. Yo hice el secundario en el Normal 2 de Bragado. Bueno, una compañera de pensión me hace entrar para una suplencia de verano en el consultorio donde ella trabajaba, dos semanas. Fue mi primer trabajo en La Plata, como secretaria en una clínica odontológica, en la calle 14 estaba, no sé si sigue estando, me parece que fue una de las primeras clínicas odontológicas de la ciudad. ¿No es increíble? Si eso no es destino… La gente dice que está escrito. Es cierto, pero no sabemos leer. Todos los días tenemos señales, pero no les damos importancia. Como yo digo, lo sobrenatural es cosa de todos los días, pero no tenemos tiempo, ni siquiera para darles de comer a los gatos. Lucía se llamaba, ahora me acuerdo. ¿Vio que cada vez hay menos pensiones en la ciudad? Ya no quedan. Cines tampoco. Cuando yo llegué a La Plata estaba lleno de cines. En Bragado creo que si entré una sola vez al cine es mucho. Acá iba todas las semanas, el Astro me gustaba, y el Rocha… Sí, todos los días pasan cosas raras, se van acumulando, luego se manifiestan y no podemos entenderlas. Queremos comprender de golpe lo que se nos estaba explicando de a poco. Después, cuando las cosas pasan, nos sorprendemos. “Quien lo hubiera dicho”, dice la gente. Como lo de Ricardo. Todavía no lo puedo creer. Me parece un sueño, un mal sueño, ese sueño de siempre.
Entré a la clínica por quince días y me quedé dos meses más. Después pasé a trabajar en el consultorio de un médico dermatólogo, dando turnos y llenando fichas de pacientes. Estuve en Farmacia cerca un año y de la pensión de la callé 1, como al año y medio más o menos, me tuve que ir. Fue cuando la mujer murió. Todavía tengo de ella un juego de naipes comunes, gastados. Lo guardo de recuerdo. Nunca lo usé para las mancias, es otra cosa, es personal. Si cierro los ojos no puedo recordarlo, son muchos años. Lo único que veo son gatos. Era muy buena, muy seca, brava de carácter. En Bragado yo había dejado un novio, un casi novio, un filo. Me acuerdo que en Tolosa, cuando no podía dormir, me ponía a contar vagones. Por el ruido los contaba. Ana, otra compañera de pensión, escribía y había escrito un poema de dormir con los durmientes, algo así decía. Es difícil para una mujer sola la ciudad. Se soporta, pero hace nudos en el estómago. Yo pensaba que el sueño era por esa angustia. O por los consultorios, casos que se escuchan, esas pavadas. Lo tuve mucho tiempo, meses creo. Después pasaron años y me olvidé. Hace cosa de dos años, volvió. Me asusté mucho porque era él, lo vi a él, en el sueño. Una precognición. Yo había soñado con alguien que iba a conocer mucho tiempo más tarde…
Por eso es que yo digo que nadie sabe por qué las mató. Ni el juez, ni la policía. Él, menos que menos. Aunque diga lo contrario… Bueno, no sé, razones para la locura siempre hay. ¿Pero qué explica eso? Nada, para mí nada de nada. Aunque le hagan pruebas y test psicológicos. ¿Me entiende? No sé, las mujeres somos muy desconfiadas. Por eso, por lo general, somos las víctimas. O parecemos. Si cierro los ojos y pienso en la Justicia no se me aparece una mujer con venda, al contrario, se me aparece un hombre. Un hombre deprimido, a veces eufórico, pero casi siempre deprimido. No me va a creer, pero cuando pasó todo esto tuve ganas de morirme. Y tuve miedo, mucho miedo. Y pensé en mi madre. Raro, ¿no? Mi madre, ¿qué tiene que ver mi viejita, allá en Bragado? Nada, pero pensé en ella. Los hombres siempre son criaturas. Aunque se vuelvan locos, aunque hagan grandes negocios o maten con premeditación y alevosía, como se dice. Y si matan más, son más criaturas todavía. Por eso yo sé, yo lo supe desde siempre. ¿Se acuerda de la aparición de la Virgen en la iglesia de 19 y 38? Bueno, esa fue una de las tantas señales. Para mí, porque él no creía.
jueves, junio 01, 2006
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1 comentario:
En algún lugar, en algún país, en algún momento, hay alguien que lee, siente y padece todo los mundos y submundos que cierto relato bien escrito sabe crear.
Ojos anónimos e invisibles te leen, y degustan las delicias de tu finísima pluma.
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