miércoles, febrero 20, 2008

En los árboles no crecen gansos

El día que Ma Jian (Qingdao, 1953) abandonó definitivamente Pekín, lo hizo convencido de que jamás volvería a esa ciudad: dejaba atrás un matrimonio conflictivo con su primera mujer -no sólo cuestiones emocionales lo separaban de ella, también ideológicas- y el comisario cultural de su barrio terminaba de comunicarle que sus libros eran "tan indeseables como él". No hacía falta esperar más: toda la vida sería un chino excomulgado. Lo sabía. El partido sumado a las intransigencias afectivas de su matrimonio terminaron por expulsarlo definitivamente. La impotencia y bronca de Ma Jian reincidieron en la letra, sin panfleto. Una sola promesa se hizo entonces antes de marcharse: continuar el vínculo temático con la China continental en que había nacido, recordar una a una sus restricciones, devolver polémica y afectivamente cada una de las frustraciones. ¿La escritura como recurso vindicativo?. "La literatura es continente mayor", había señalado el escritor años atrás. De la capital partió a Hong Kong con casi nada de equipaje y muchos contactos, eso fue en 1987, y de Hong Kong, luego de que la ciudad pasara a manos chinas, se trasladó a Alemania para finalmente radicarse en Londres. Los cambios de vida y las contrariedades no lo derrumbaron. Al contrario: se había desempeñado en más de un oficio (aprendiz de relojero, pintor de brocha gorda y más tarde de carteles propagandísticos, chofer, fotógrafo de una revista del Estado y hasta repartidor de comestibles), y estaba dispuesto a sacrificar todo en pos de sus libros. Ma Jian nunca habló de su "obra", sí de sus libros, como si fueran desprendimientos naturales de su persona. Y lo son: Polvo rojo, Saca la lengua, El escritor, las mujeres y el partido, entre otros, recursan parte de su itinerario existencial.Si en Saca la lengua reduce a polvo la idealizada y pueril versión occidental del Tibet, en donde el nirvana y la ascesis meditativa antes que sabiduría representan usura, proxenetismo, mercado negro y corrupción política, en El escritor, las mujeres y el partido (The noodle maker) Ma Jian adopta un tono diferente de rebelión: la actitud burlona, el humor corrosivo, satírico. Lo que logra estilizándose redunda en una mayor eficacia en el plano narrativo, lejos del alegato partidista.La novela cuenta los periódicos encuentros de dos hombres con un único motivo: comer y charlar. Uno es un escritor sometido a las demandas políticas del buró cultural que escribe apenas lo que le está permitido. Como hijo de la Revolución Cultural, posee un margen "estrecho pero altruista". El otro es un donante de sangre que ha ascendido en la escala social y económica del régimen. Ocurre que el donante de sangre no es un donante de sangre cualquiera sino "Vlazerim", héroe cinematográfico de una película albanesa propagandística que en China se ha proyectado durante la Revolución Cultural para reeducar a los jóvenes urbanos e instruirlos acerca de las tareas campesinas. Por lo mismo, tampoco es ya un donante de sangre amparado y sustentado económicamente por los bonos del Estado, sino algo más: un héroe. Es que Vlazerim ha logrado lo imposible: tercerizar su producto a través de otros donantes y cobrar por ello un 10 % de la sangre ajena. Por esta burla a la maquinaria estatal china, es lícito afirmar entonces que el donante de sangre ha trocado en empresario de la sangre. Su economía de hemoterapia ha logrado proezas, raciones extras y platos tan extraordinarios como sopa de cabezas de pescado, ganso, vino, y cupones especiales para adquirir fósforos, televisores, ventiladores eléctricos, carbón y carne. A la mesa del exitoso emprendedor privado se sienta semanalmente su contertulio, el escritor, "conciencia de una generación". ¿Alguna aspiración creativa que mueva a este hombre? Una en concreto, muy acariciada: ingresar en el "Gran Diccionario de los Escritores Chinos". Claro que confrotar a los dos personajes supone un símil previsible en la nación bipolar: libertad de mercado vs. control político. Algunos diálogos de estos encuentos: "Tu profesión es despreciable -le dice el escritor a Vlazerim-, una degeneración, prueba que la naturaleza humana es primordialmente malvada". El donante responde: "El ganso asado no crece en los árboles, si no fuera por mí los bancos de sangre nacionales estarían vacíos. Me he desangrado por este país, soy más verdadero que tu". En medio de esta dialéctica algo esquemática surge no obstante lo mejor de la novela: las historias que el escritor desea poder escribir algún día, si es que existe la posibilidad de que alguien las lea.Mientras los encuentros llegan enmarcados por el presente, las narraciones se recortan en el pasado, modalidad que acaso sugiera que todo deseo es improbable futuro en la oclusiva China liberal. Las historias del deseante: un Desvanecedor que crema cadáveres de altos oficiales políticos en medio de música prohibida; la del Viejo Hepático y la novelista que se occidentaliza poco a poco en un transformismo de uñas y color; la de la actriz que se suicida en público de manera tan circense como poco ortodoxa (¿No es un tigre "amado" su nación?); la del escritor profesional y la muchacha desnuda; la de la madre de la actriz y Chi Hui, etc. En cada episodio argumental el tópico de la novela recupera al escritor, a las mujeres que lo rondan y al partido como presencia omnisciente que marca límites y conductas. Ma Jian subraya con desencanto humorístico cada escena, pero pese al tono burlón del estereotipo predomina en todo el libro un efecto persuasivo de angustia, de vacío. Este novelista "sucio, infame y descarado" -así fue nominado por el Gran Hermano Deng Xiaoping- posee el raro don de la hilaridad amarga, adolorida, profundamente visceral. Es pena la sonrisa que promueven sus párrafos, no cuesta demasiado reconocerla. "¿Sufres, amigo mío?". La convención satírica de esta sombría novela de mordacidad política supone entonces algo más: el recurso de la desesperación de su autor. O el valor de una promesa en marcha ya cumplida.

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