viernes, diciembre 19, 2008

Paciencia, culo y terror

Por Soledad Franco


“Paciencia, culo y terror nunca me faltaron”
Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini


La frase del Marqués de Sebregondi, personaje lamborghiniano, bien podría haber sido dicha por Rolando, personaje de Báñez (reacio a los gentilicios) si Rolando contara al comienzo de la novela con esa facultad. “Escribo porque no puedo hablar”, escribe, y la paciencia la tiene para soportar los efectos que la pérdida del habla a los once años por una lesión en la cisura homónima provoca en la madre y en las tías; el terror le sobra ante los intentos de integración/ recuperación del entorno; el culo no es tema sino hasta el segundo tramo de la novela y por contigüidad.
Bastante diferente a la narrativa actual, se cuenta que cuando La cisura de Rolando recibió el premio Letra Sur el jurado pensó, seudónimo mediante, que se trataba de alguien muy joven. Esto puede deberse al humor subversivo y la irreverencia para hablar de ciertos temas que suelen confinarse (mal vanguardista) a ese momento de la vida; también a la originalidad que impide acercar la novela al lector de la manera más simple (por comparación con otra) y en cambio invita a un análisis textual.
Para Rolando, en parte, (en “La Cisura” nada es por entero ni tiene una sola causa) dejar de hablar es una ventaja: lo dignifica ante los amigos que viven pendientes de sus mensajes, por un lado, y por otro lo empuja hacia una pregunta que no se responde, pero que (y no es poco) aprende a formularse a través de la escritura. La escritura encuentra un precursor en el padre que lleva expresiones nuevas a la casa y que “había dejado inconclusas algunas obras de teatro porque, según afirmaba, a último momento había advertido que se las habían plagiado”, en la atención dispensada a los puntos y a las comas, y en la amorosa colección de palabras caseras (farabute, putañero, saraca, tirifilo, covacha) cuyo significado escamotea el diccionario. Avanza hacia el lugar de lo que no se puede decir o lo ilícito: está en los cuadernos ocultos en el taller del íntimo Behrenz y no en los de la “Escuela especial” a la que lo obligan a concurrir a partir de su ganancia-pérdida, en las exageraciones con las que decide torcer los detalles de sucesos ocurridos para evadir la vigilancia materna, en el “sistema para decir las cosas importantes sin tener que decirlas” que fabrica con el mismo fin junto a sus amigos, y en toda una serie de desopilantes intentos fallidos por dar con la palabra hilvanados al estilo cervantiano.
En “La Cisura” nada es rotundo y por eso la afasia va acompañada de la capacidad de oír a enormes distancias que a su vez se acompaña de “acúfenos”; a la recuperación de la afasia, en la segunda parte, le escoltan “voces de mando” y así siguiendo.
Rolando ha recuperado el habla con la misma indolencia con que la perdió (“¿Cuándo fue que el habla me recuperó?” se pregunta) y, ya a los cuarenta años acude a terapia con un lacaniano peronista (Danilo Moran) que sostiene que todos los argentinos somos putos. Lo lleva allí el hallarse en una preocupante “meseta de felicidad” que se manifiesta en “crisis caritativas” a través de las que se filtra “el fantasma de la disociación”. Lo mantiene allí no la creencia en el análisis, sino el “encanto del delirio progr(amado)”, delirio que transforma el mundo y en el que se sumerge “como un lector ante una novela”.
Sólo para ordenar, si la primera parte del texto se puede leer como una hipótesis (no una teoría) sobre la escritura; la segunda se leería como una hipótesis sobre la relación dialéctica entre ésta y las lecturas, los modos de leer y rescribir en simultáneo la propia historia y la ajena. Después de todo, lo que vuelve entrañables las sesiones para Rolando es el trabajo de su analista sobre el significante, las inversiones, acentos y paréntesis en las palabras de su historia (y en las del país y las del Génesis).
En realidad se trata aquí de la escritura/ lectura en miligramos, como sílaba y hasta como letra. Y es justamente en este rasgo donde se establece una continuidad con Cultura, la novela anterior de Báñez a la que él mismo definió no como una parodia de la cultura oficial, sino como una versión en miligramos de la misma.
“No hay que ser tan literal”, señala Moran y cita como ejemplo de castigo por literalización el caso de “Ibáñez” (personaje disociado de “Cultura” ) y es por ello que el hecho de que Báñez haya nacido como su héroe el 2 de junio y vaya a comprar con el dinero del premio un telescopio (el héroe en esto lo aventaja) no debería invitarnos a buscar más coincidencias, so pena de terminar como Ibáñez en la guardia.

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