lunes, enero 22, 2007

Simulacros de Cultura

Nota de Fernando Molle aparecida en Eñe (Clarín)

Potente e irónica, Cultura, de Gabriel Báñez, es una historia donde los funcionarios utilizan su puesto como una coartada para figurar, malversar y atornillarse a su puesto. Cultura es una novela que retrata con temible comicidad el mundo de la burocracia cultural. Cultura tiene un protagonista: los dos se llaman Ibáñez, pequeño funcionario, escritor de cabotaje y editor municipal: "Por aquellos días tanto él como yo veníamos en franco descenso, con la oscura certeza de ya no tener nada que esperar y con la secreta convicción del fracaso en la pista. Ni él había logrado mucho como escritor y editor, ni yo había logrado mucho como escritor y editor".
Cultura es también la historia de una guerra entre funcionarios culturales, una caterva desopilante de pequeñas miserias humanas. "La Cultura", aquí, es una coartada para figurar, malversar, atornillarse al puestito. Es una función, una actividad de y para funcionarios y, sobre todo, un código. Rebajada a una jerguita miserable, los ingredientes de "La Cultura" son: un poco de chamuyo marketinero, algo de corrección "educacional" y una pizca de la psicología conductista más ramplona. Lo demás son estrategias, serruchadas de piso, reagrupamientos y trapisondas. Dice un funcionario: "Nos van a cortar la cabeza, Ibáñez, hay que organizar algo (...) Cualquier cosa, lo que sea, algo que tenga que ver con la cultura..."
La novela, en las anotaciones del alter ego del autor, opone posmodernidad a autenticidad. Se es uno en el ámbito de la realidad laboral, y otro en el de los excluidos que mantienen sus convicciones. La "locura", la escisión de Ibáñez, sería la única forma de salvaguardar algún resquicio de dignidad. Como si el signo de los tiempos posmodernos y globalizados habilitara casi exclusivamente para el cinismo, el oportunismo, el simulacro y la oligofrenia. Idea esta última de trazo grueso y por demás subrayada a lo largo de todo el relato.
Aún bajo el peso de estos supuestos un poco simplistas (a menos que se los imputemos al pobre Ibáñez), Cultura es una novela potente, que tiene algo para decir y que lo dice con un muy experimentado manejo de los planos narrativos. Escenas enloquecidas de un relato astillado -apuntes de un medicado-, y un circo ambulante de funcionarios bufos. Como Arcángeles Cepeda -la Gorda Globalizada-, insufrible mandamás municipal, para quien todo era "dinámico, integrador y movilizante"; la orgánica Poetisa Madre, versificadora vitalicia del municipio; el temperamental Rupestre Pérez Gil, artista plástico regresado del exilio, fundador del MUCLACO, Museo Clasista Contemporáneo, y el Anarquista Estatal, activista de escritorio. Las instituciones que los agrupan tienen el peso específico de un sello de goma y remiten a siglas risibles: "La batalla cultural quedó reducida entonces a las siguientes siglas. Por un lado el MUPIPA junto a la COMAPLA, la PIA y la ACAMUMU; por el otro, el MUCLACO en alianza con el MOGUTU y la SAE".
Gabriel Báñez, autor de Virgen, Paredón paredón y otras novelas que no conocieron aún demasiada circulación, muerde fhasta el hueso de un micromundo no muy transitado en la narrativa reciente. Con algunas excepciones: En otro orden de cosas,. de Fogwill -que casi nadie leyó y es una de las mejores novelas argentinas de esta década-, explora este tema, si bien de modo tangencial. Siguiendo con Fogwill (otra de sus novelas es Vivir afuera) y volviendo a Báñez, ¿es posible "vivir afuera" de los simulacros de "La Cultura"? El sufrido Ibáñez, en el amargo final, parece responder que no.

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