viernes, abril 27, 2007

Sangre de utilería

A propósito de modas, raros y "tuttologos"

(para Yiye Di Carlo y Miguel Angel Muñoz)

Cuando a Italo Calvino le preguntaron qué autores él celebraba con más fervor, no dio una lista muy grande, ni siquiera dio una lista, apenas mencionó una categoría: "aquellos escritores irregulares", dijo. Para Calvino, "irregulares" significaba fuera del canon, inclasificables o raros, escritores que estaban al margen de las corrientes y las modas. Luego mencionó como inclasificable o raro a un autor rioplatense: Felisberto Hernández.Sin duda -como bien señala Alejandro Toledo en un ensayo sobre los "raros"-, en la historia de la literatura (si es que tal historia existe) siempre ha habido una estirpe de escritores dispuestos a no dejarse arrear por las modas o los tildes de la época y por completo ajenos a los reflectores, a las declaraciones y a las tendencias. Son autores que escapan a cualquier taxonomía académica y que, por ello, aparecen ante los ojos del resto como marginales o periféricos.Se ha creado otra cadena de sinónimos -sigo a Toledo-, y bien podríamos hablar de la palabra "cronopio" instalada por Julio Cortázar, o de la mismísima "raros", término usado por Rubén Darío para el título de un libro de 1896 (Los raros) que tenía nada menos que a Lautréamont y a Verlaine como ángeles tutelares. Ese libro -cito- tuvo una edición parisina de 1905, con un comentario de Camille Mauclair -él mismo un raro- titulado "El arte en silencio". Va un fragmento: "La rareza -dice- puede ir de la mano con el ejercicio de un arte silencioso, es decir, en contra de una normalidad estridente que habría que precisar o delimitar".En verdad que la oposición de un "raro" es el estridente. Pero los estridentes no son aquellos que gritan, sino que, sin gritar o vociferar, pueden arreglárselas muy bien para figurar en el ranking de los más citados o aludidos. Las industrias editoriales, bien lo sabemos, trabajan sin sobresaltos con los estridentes posicionados en este ranking del consumo, por tanto, además de aparecer regularmente en los medios, es de rigor y culturalmente correcto -por no decir políticamente-, que sean referenciados por la crítica a través de la presión publicitaria que ejercen las mismas empresas editoras. Aunque, por supuesto, hoy la palabra de un escritor -el que sea-, está devaluada ante cualquier declaración con plumas.Juan Emar, un notable "raro" chileno, señaló en su momento que el desinterés de su escritura era el motivo de su entusiasmo. A él no le importaba nada. Para Cortázar, había una oposición más tajante: de un lado los cronopios, del otro los "famas", individuos a los que les gusta mostrarse como escritores profesionales, dar entrevistas y conferencias, participar de cuanto evento se les cruce, aparecer como lúcidos especialistas de no importa qué con tal de hablar. Hay quienes de la nada de su obra han construido, en mérito a su habilidad social y a las aceitadas relaciones públicas y de pares, un prestigio. Prestigio es una palabra bizarra en las marquesinas de la literatura.Hoy sin embargo y en un peldaño más arriba que los estridentes están los "tuttologos", nombre que se le da en Italia a los opinadores profesionales. Escritores, periodistas, intelectuales (o no) que de la opinión han hecho un medio de figuración y hasta de vida. Pueden opinar del fundamentalismo religioso, del peligro de algunas dietas, del último libro de Ma Jian o W.G.Sebald, del cambio climático, del calendario Maya o de la actividad sexual de los ácaros. Da lo mismo. En Argentina se los conoce como opinólogos, y están en casi todas las agendas de los productores periodísticos por cuanto pueden opinar muy bien -y con aparente fundamento- sobre cualquier cosa. La profesión de opinólogo -ridiculum vitae de muchos- ya debería incluirse en el post grado de algunas carreras.En la orilla de los no estridentes los nombres abundan en silencio. Provisoriamente y junto a Felisberto uno podría citar a Macedonio Fernández, al propio Roberto Arlt, a Wilcock, Néstor Sánchez, Porchia, Levrero, Droguett, Lascano Tegui, Gombrowicz en su momento, incluso Filloy, el colombiano José Félix Fuenmayor, Manuel del Cabral, el peruano Harry Beleván, el mismísimo Rulfo, Monterroso y hasta el primer Arreola, etc. Se me olvidan demasiados: la lista sería tan inagotable y arbitraria como esperpéntica y subjetiva; los voy anotando al vuelo, errática y tendenciosamente, sin orden ni consenso, imposible consignarlos a todos. Tampoco debe pensarse, como acertadamente subraya Alejandro Toledo, que la oscuridad primera es el caldo de cultivo que garantiza la inmortalidad de un autor; o llegar a la peligrosa conclusión de que la ausencia de cualquier forma de éxito significaría la segunda gloria póstuma. No. En rigor, son los figurantes quienes construyen los altares canónicos, mal puede un no estridente estar pendiente de esta posibilidad. A propósito, un buen indiferente era el norteamericano Ring Lardner, también el genial Buzzati, Aub, la propia y exquisita Willa Cather, y hasta John Fante pese a la porfía de su genial Bandini. Son muchos en cada ámbito, legiones por cierto. Lo concreto es que asoman siempre como personajes permanentemente desclasificados de los mapas literarios y, más allá de la valoración de su obra, acaso ajenos a intereses de poder y de terceros. Claro que muchos "raros", con el paso del tiempo, son convalidados por el resto y dejan de serlo; por lo general, cuando su vitalidad creadora ya ha dado lo que tenía que dar.Pero nada puede generalizarse, todo es relativo, y tampoco faltan los ejemplares de "indiferentes" que premeditadamente intentan parecerlo para fabricar su marketing al revés, algunos de ellos esforzados "autores de culto", pynchonianos de segunda mano. Vocación inversa a la del tuttologo, aunque con fines más o menos parecidos. Es extraño: en el mundo del arte nadie es lo que parece ni, menos, lo que cree ser. Sangre de utilería, precisó Mishima, y me quedo con esa magistral definición. Al fin de cuentas, vuelvo a citar: "parece inverosímil el autor al que no le interese el busto en el parque para comodidad de las palomas".

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