martes, abril 14, 2009

Los chicos desaparecen en Nueva York

VIDEOTECA DEL SUR en New York
1989 – 2009
20 Aniversario
MILLENNIUM FILM WORKSHOP | 66 East 4th Street
Entre Bowery y 2nd Ave., Bajo Manhattan
Tren F to 2nd Ave. o #6 to Blecker St.




PROGRAMA
Abril - Junio 2009


Cada martes a las 7:30pm

Abril 7
LA CIUDAD DE LOS FOTÓGRAFOS
Dir.: Sebastián Moreno / CHILE / 2006 / 80’
Durante la dictadura de Pinochet, un grupo de chilenos fotografió las protestas y la sociedad del país en sus más variadas facetas. En la calle, al ritmo de las protestas, estos fotógrafos se formaron y crearon un lenguaje político.






Abril 14
TRIBUTO AL MAESTRO CUBANO HUMBERTO SOLÁS
UN HOMBRE DE ÉXITO
Dir.: Humberto Solás / CUBA / 1986 / 116’
Con: César Evora, Daysi Granados, Jorge Trinchet, Raquel Revuelta.
Javier se enfrenta a su hermano, a su familia, a su amante con un sólo un objetivo en su vida, el éxito que está más allá de cualquier lealtad. El director, Humberto Solás, con mano maestra, ha sabido transitar con delicadeza y profundidad toda una época.




Abril 21
BURUNDANGA BORICUA
Dir.: Poli Marichal / PUERTO RICO / 1983 /18’
Corto experimental que cuestiona la realidad histórica y social puertorriqueña. Filmado en cine 8mm y transferido a16mm.

EL CANDOR DE LOS NICARAGÜENSES
Dir.: Kazuko Nishikawa / NICARAGUA / 2005 / 65’
La invasión española, la intervención norteamericana e inglesa, la dictadura de los Somoza y la Revolución Sandinista muestran cómo la dolorosa y problemática historia de Nicaragua ha afectado a la niñez, la educación y la formación espiritual de sus habitantes.




Abril 28
LOS CHICOS DESAPARECEN
Dir.: Marcos Rodríguez / ARGENTINA / 2007 /
Con: Norman Briski, Lorenzo Qunteros, Ricardo Ibarlin, Umbra Colombo.
Macias Möll, dueño de una relojería del barrio, pasa sus días rodeado de relojes y envuelto en cálculos sobre el tiempo. Guiado por un profundo deseo, todas las tardes, a las seis en punto intenta obstinadamente bajar tiempos y se lanza por las rampas de la plaza en su silla de ruedas. Así es feliz. Rodeado de niños que lo vitorean.





Mayo 5
GAY PANAMA
Dir.: Abner Benaim / PANAMA / 2005 / 20’
Programa de la serie El otro lado que, a través de un recorrido por la ciudad y de entrevistas deja entrever la realidad de la población homosexual en Panamá.

MUJER GUERRILLA
Dir.: Colectivo Patitos / MEXICO / 2007 / 68’
Cuatro mujeres de cuatro grupos insurgentes con cuatro experiencias y cuatro puntos de vista sobre la guerrilla en México durante la década de los setenta. Cada una de ellas narra y hace un balance de lo que significó y significa un compromiso vital con la construcción de otro mundo posible y necesario.




Mayo 12
LA SOMBRA DEL CAMINANTE
Dir.: Ciro Guerra / COLOMBIA / 2003 / 90’
Con: César Badillo, Ignacio Prieto, Inés Prieto, Lowin Allende, Julián Díaz.
Mañe ha perdido una pierna y por ello no puede conseguir empleo. Mientras recorre las calles conoce a un hombre que se dedica a cargar gente a su espalda por el centro de Bogotá. Ambos comparten el pasado que ha acompañado a los colombianos desde siempre.




Mayo 19
HISTORIA CHIQUITA QUE CRUZA UN OCÉANO
Dir.:Sesi Bergeret / URUGUAY - SPAIN / 2004 / 45’
Historia de una pareja joven que salió del Uruguay en 1972, cuando la dictadura militar era inminente. Un viaje de estudiantes alrededor del mundo, durante la cual decidieron quedarse temporalmente en Barcelona. Y nunca volvieron.

DEPOIS DA FESTA
Dir.: Karina Fogaça / BRAZIL / 2007 / 50’
Retrata el cotidiano de la población ‘caiçara’ de la región de Ilhabela, ubicado en el litoral norte de la provincia de Sao Paulo, Brasil, y los progresivos cambios en el medio ambiente frente al proceso de ocupación del turismo.




Mayo 26
LO MÁS BONITO Y MIS MEJORES AÑOS
Dir.: Martín Boulocq / BOLIVIA / 2006 / 96’
Con: Juan Pablo Milán, Alejandra Lanza, Roberto Guilhon, Alicia Saavedra.
Pensando en salir de Bolivia, Berto se propone vender automóvil que heredó de su abuelo. Así, junto a su mejor amigo Víctor, comienzan a dar vueltas por la ciudad para tratar de vender el vehículo. Camila se une a ellos rompiendo así la monotonía de sus esforzados momentos como vendedores.




Junio 2
MAR DE FUEGOS
Dir.: Pepe Yepes / ECUADOR / 1992 / 21’
Diferentes personas hablan del fuego o capacidad para confrontar la vida. Pero la realidad a veces sobrepasa estas capacidades especialmente la de los que están en desventaja.

ENTRE LOS MUERTOS
Dir.: Jorge Dalton / EL SALVADOR / 2006 / 60’
En El Salvador, uno de los países más violentos, donde la muerte se ha convertido en un hecho cotidiano, una comunidad entera vive dentro de un cementerio capitalino, mientras en el interior del país, se acostumbra a enterrar a los seres queridos en los patios de las casas.

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Junio 9
LA CLASE
Dir.: José Antonio Varela / VENEZUELA / 2007 / 113’
Con: Carolina Riveros, Laureano Olivares, Darío Soto, Zair Montes.
Tita es una joven promesa del violín, que vive en un barrio caraqueño. Ser parte de una orquesta sinfónica le da la mayor satisfacción, pero su permanencia en ella está en peligro. A Tita le llega la oportunidad de escapar a un mundo nuevo, diferente al que conoce, pero el destino de un país la lleva a una encrucijada definitiva.

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Junio 16
BAJO EL TACANA
Dir.: Isabel Vericat / GUATEMALA - MEXICO / 2007 / 26’
Sigue los pasos de emigrantes detenidas en puntos de control así como a mujeres a punto de ser deportadas en la estación migratoria de Tapachula, en la frontera de México-Guatemala.

LIMA WAS!
Dir.: Alejandro Rossi / PERU / 2004 / 56’
Jóvenes indígenas que crecieron el Lima hallan una comunidad y un sentido de vida preparándose para la competencia del ‘hauylarsh’, una competencia de baile que celebra un antiguo ritual quechua que aun se practica en las comunidades.

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Junio 23
INDIFERENCIA
Dir.: Roberto Román / COSTA RICA / 2007 / 13’
Retrato de la ciudad de San José de Costa Rica, donde la vida cotidiana, su gente y sus oficios, se entremezclan con la indiferencia hacia los indigentes y marginados.

LA ISLA DE LA JUVENTUD
Dir.: Ana Laura Calderón / CUBA / 2007 / 72’
Filme que nos sumerge en un íntimo y movido viaje en un enigmático lugar, promesa del paraíso: Isla de la Juventud, en Cuba. Gracias a la memoria colectiva de la gente mayor de la zona es posible conocer los sueños y desengaños de sus propios habitantes.

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Junio 30
¿BUENA JUGADA?
Dir. Rafael Madera / DOMINICAN REPUBLIC / 2001 / 13'
La realidad de dos sujetos cuyos deseos encontraran validez tan solo en un momento fugaz de sus respectivas existencias. Basado en el cuento de Félix Manuel Lora "Sentado y con Mujer".

EL ÚLTIMO CONFIN
Dir.: Pablo Ratto / ARGENTINA / 2007 / 60’
La historia de cuatro familias de personas que desaparecieron durante la dictadura militar en Argentina (1976–1983), y que pudieron recobrar los restos de sus seres queridos 26 años más tarde. Esto gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense, encuentra y exhuma una fosa común situada en el cementerio de San Vicente, en la ciudad de Córdoba.

miércoles, abril 08, 2009

Pequeño diario de viaje durante la lectura de La cisura

Texto de Miguel Russo para la presentación de la novela en El Ateneo de La Plata

Como si fuera otra cisura de Gabriel, podría arrancar diciendo “escribo porque no puedo hablar”. Pero sería absolutamente deshonesto. Debería decir, escribir, quiero empezar una novela con esa frase y este tipo me ganó de mano. A partir de este momento, del momento de la lectura, sólo me queda remedar la frase, adoptar poses académicas y hablar de palimpsestos o dejar de escribir. Mientras me decido por alguno de los tres caminos, sigo la lectura.

Los libros no me cambian la vida, me remiten a otros libros. Hablo, escribo, de los libros buenos. La Cisura…me hace acordar que hace unos diez años, más tirando a más que a menos, me llamaron para presentar un libro de un escritor español muy poco conocido en el país. Había sido elegido por la sencilla razón de ser el único, al parecer, en haber leído esa novela. El orden alfabético, se llamaba, y en la historia, el personaje iba perdiendo letras, por lo cual la novela se tornaba, a cada página, más enloquecida. Arranqué diciendo, escribiendo, que Juan José Millás (el autor en cuestión) estaba loco. Millás me miró de costado, españolísimo, y no me dirigió la palabra en toda la presentación. Me lo merecía. Diez años después, más tirando a más, este libro me remitió a aquel libro por el sólo (sólo, digo, escribo, y me agarra un ataque) argumento de la relación de un autor y un personaje con el lenguaje. Anoto, digo, escribo: no decir que Gabriel Báñez está loco, ni siquiera en broma.

Hablé tres o cuatro veces con Gabriel por teléfono y lo vi una vez, Más allá de ese odio envidioso que me crece a cada página que dejo atrás en la lectura, sé de él, por ejemplo, que una vez no fue a la presentación de un libro propio. Dijo, en aquella oportunidad, o después, cuando le recriminaron la ausencia, “soy un escritor desapercibido”. La frase me remite a un libro que estoy leyendo casi a la par de La cisura…: Héroes sin atributos. Un ensayo sobre la desapercibición (perdón, digo, escribo, por la palabrita) de los personajes de algunos autores: Gombrowicz, Macedonio, Saer, entre otros. Pienso, también, aunque el autor del ensayo no pensó en él, en Onetti. Recordando a Onetti, recuerdo una anécdota suya que lo empadra con el padre de Rolando de La cisura…Cuenta Onetti que, de pibe, para leer tranquilo, se hacía bajar por su hermano Raúl a un aljibe, enganchado en un balde. Bajaba con un banquito, una jarra de limonada y un ejemplar del Eclesiastés. Cada vez que el padre de Rolando recita a los gritos pasajes del Eclesiastés, recuerdo a Onetti con diez o doce años, sentado en una sillita de mimbre en el fondo de un pozo y no puedo parar de sentir cómo crece la envidia.

Alguien me comenta que dijo Báñez que la mayoría de sus argumentos viven en La Plata porque carece de mitología. Anoto que me dicen que Gabriel dijo: “La Plata es ensayo y Berisso es novela”. Anoto: hay que tener agallas para decir eso y seguir escribiendo, en La Plata, en Berisso o en cualquier lado. Pero claro, leyendo La cisura…compruebo que lo de Báñez es una cuestión de sinceridad. Diría Onetti, pero podría sencillamente decirlo Báñez: “Escribir Hambre, a la Knut Hamsun, por supuesto, y pesar cien kilos es un asunto grave. Pergreñar endemoniados a la Dostoievsky y preocuparse de los mezquinos aplausos del ambiente intelectual lugareño es motivo de desconfianza”. Sigo leyendo a Gabriel-Rolando-padre y madre-La Plata, una ciudad que día a día aprendo a desconocer. Y me dicen, no me interrumpen, los que me dicen son como personajes de Gabriel entrando y saliendo de su novela, me dicen que Gabriel dijo algo así como que La Plata era “una ciudad rusa de provincia, muy bella, espaciada, grandes avenidas y edificios públicos, serios problemas de identidad”. Me quedo tranquilo. Quedarse tranquilo, anoto, digo, leyendo La cisura de Rolando, es estar hecho una pila de nervios.

Me pregunto, escribo: ¿por qué no quiero que Rolando empiece a hablar?

Anoto una perplejidad. Las perplejidades, al leer a Báñez son moneda corriente. La cisura…me remite a La revolución es un sueño eterno. Rolando a Castelli. Trato de pensar en una diferencia entre el siglo XIX y el siglo XX. Castelli, con su mudez, analiza la revolución. Rolando, con la suya, analiza el yo. No hay caso, es demasiado poco para intentar una novela que disipe, un poco al menos, la envidia. Tacho todo. Encima, llega otro personaje y me avisa que Gabriel dijo “Madre es lenguaje, padre es escritura. La lucha es siempre con la palabra”.

Gabriel sigue transmitiendo con su Rolando. Mejor dicho: Rolando me sigue transmitiendo por medio de Báñez. Creo que ese silencio hecho palabra es la mejor clase de literatura que recibí en mucho tiempo. Es la fuerza de un escritor. Lo que lo hace ser lo que es y hacer lo que hace.
Vuelo a Onetti porque lo dijo mejor de todo lo que puedo ensayar yo: Cuando un escritor pide a la literatura algo más que los elogios de honrados ciudadanos que son sus amigos, o de burgueses con mentalidad burguesa que lo son del arte, con mayúsculas, podré verse obligado por la vida a hacer cualquier clase de cosa, pero seguirá escribiendo. No porque tenga un deber a cumplir consigo mismo, ni una urgente defensa cultural que hacer, ni un premio ministerial para cobrar. Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión, su desgracia.
Pucha, digo, anoto, no tener una frase como “escribo porque no puedo hablar”. Si al menos tuviera la mitad de una frase así.

Ojalá vaya Gabriel a la presentación.

Mejor decir las cosas en silencio

Texto de Juan Becerra para la presentación de La cisura en El Ateneo de La Plata

Lo único que tiene sentido es lo que no funciona, lo que falla, lo incompleto, lo que no se entiende. Es un principio bañeciano que sostiene una idea general sobre la literatura: la literatura es imperfección. Se hace con la imperfección y su horizonte –no importa dónde esté-, es lo imperfecto. La cisura de Rolando es la prueba de este principio. Pero aquí la falla es biológica. Hay una cisura en Rolando, una rotura de la perfección funcional (una abertura imperceptible que en los hechos se manifiesta como un abismo) a la que Gabriel Báñez le da u tratamiento artístico.
La habilidad del habla, una habilidad naturalizada por el hábito, se pierde de golpe mientras se va construyendo una habilidad mayor: la de la escritura, un artificio más refinado que el de hablar (hablar, habla cualquiera), un arte, que a si vez comienza a naturalizarse de un modo monstruosos. ¿Qué ocurriría si todos fuésemos mudos? Sencillamente, evolucionaríamos hacia un nuevo arte del sentido, un arte del silencio en el que todos los hombres del mundo serían escritores, por lo que el sentido no se daría por supuesto: habría que buscarlo.
Lo que ocurre con Rolando es que siente el silencio. Lo siente como un expresionismo luminoso pero incomunicable. El arte de la escritura se convierte en un arte de la introspección, una lectura de la profundidad personal y, al mismo tiempo, en una refutación del habla como instrumento del sentido.
Pero pasemos a las máquinas que fallan. En la máquina que falla, Gabriel retoma un tópico desdeñado de la literatura argentina: el de los inventos bizarros de Roberto Arlt, fórmulas impracticables, desechos mecánicos, en los que se apoya un sueño tristísimo de gloria: el que antecede (y lo antecede toda la vida) al batacazo, es decir al milagro como producto de la voluntad.
Pero de La cisura de Rolando no nos importan las relaciones entre las máquinas que fallan respecto de las máquinas que andan –no nos importan sus rendimientos, ni sus consumos ni prestaciones-, sino entre aquellas que lo hacen para los otros y estas otras lo que hacen para uno. Los inventos de Báñez son moralmente superiores a los de Arlt porque allí donde los últimos persiguen la gloria (y, ni qué decirlo, fracasan), los primeros son dispositivos románticos de supervivencia individual (y triunfan a medias).
Frente a la megalomanía del invento propio pensado para la posteridad, los recursos tecnológicos que utiliza Rolando ya han sido inventados. ¿Cuál es la gracia, entonces? ¿Hay muchas gracias? ¿No hay ninguna? Hay una sola: el tipo de uso. Porque así como reconoce las propiedades de esos recursos: amperímetros, antenas, radios, baterías, trasmisores de código Morse (un lenguaje sonoro que sin dudas emula el de una arritmia cardíaca), ese reconocimiento solo sirve para producir un malentendido, un desvío y una fuga hacia una zona de comprensión donde cada máquina fallida, colocada frase de la novela, solo tiene sentido por lo que, aún y sobre todo funciona mal, puede decirle a su usuario de sí mismo.
La cisura de Rolando es una novela, encantadora, acerca de dos esferas de sentido irreconciliables: el interior y el exterior, pero no del mundo sino del cuerpo, el único mundo en el que verdaderamente vivimos. Sus dos bloques son muy claros. Se trata de dos experiencias complementarias de escritura, una incursión y una excursión, dos mitades de una misma materia narrativa que libran una guerra íntima menos para decidir un dominio sobre la historia que una identidad sobre el narrador. Hay dos Rolandos: el que habla (el Rolando superado) y el que solamente escribe. ¿Son los herederos más bien melancólicos que, como vimos, terminaron formando un solo esquizofrénico?
La enfermedad de Rolando es un misterio que, mientras dura, es un arte virtual narrado en el tono de una comedia de aprendizaje. Si el vacío ontológico que consiste en vivir pierde el ruido-placebo del lenguaje hablado (si un accidente o una cisura destapa ese hueco) esa verdad se manifiesta como lo que es: un silencio mortal, una música de nada. Por lo tanto la cura, automática, insondable, es un falso regreso que Rolando experimenta como quien regresa de una guerra que ha perdido para preguntarse: ¿hablar? ¿Para qué?
Hay muchos grandes momentos en La cisura de Rolando, cuya división separa cada vez con mejor definición visual y verbal sus dos bloques narrativos en una primera parte artística –allí vemos el arte insuperable de escribir sin saber-, y en una segunda que se repliega o regresa hacia las vulgaridades del habla, lo que no necesita del arte para ser dicho sino de la decisión de decir. Elijamos uno: aquel en el que Rolando siente que puede haber algún progreso en él y que su rotura podría soldarse con el empleo más o menos sostenido de una voluntad. Entonces, intenta pronunciar su nombre. Aquí la transformación, contra las expectativas de un principio modesto de cura, no es la de un avance sino la de un retroceso brutal que va del lenguaje hablado (la palabra) a la interjección preverbal, es decir al hombre bestia: Rolando, Rolando, yeee…Más se quiere decir, menos se dice. Mejor decir las cosas en silencio.

miércoles, enero 07, 2009

Cuando la escritura devuelve la voz

Nota aparecida en Ñ (Clarín) de Lucas Mertehikian a propósito de La cisura de Rolando


En el siglo XVII, el poeta español Baltasar Gracián escribió que el concepto es el acto del entendimiento por el cual acercamos dos términos inicialmente alejados. La definición se ajusta a un artificio retórico típico del barroco de la época, pero bien puede servir como parámetro para nuestros gustos actuales: en literatura, paradójicamente, lo inesperado siempre es bienvenido. Y de una unión imprevista es que surge La cisura de Rolando, la última novela del platense Gabriel Báñez, porque es muchas más cosas de las que aparenta ser. Esta obra fue la ganadora del Premio Internacional Letra Sur, con un jurado integrado por Juan Sasturian, Martín Kohan y Claudia Piñeiro.
La obra está dividida en dos partes. En la primera, Rolando, narrador y protagonista, queda mudo por una lesión en la cisura del cerebro que lleva su mismo nombre. De su extraña afasia serían producto las notas que leemos, que nos remontan a los años de la infancia, por los que desfila una larga serie de personajes entrañables y repugnantes por igual: el ingenioso Behrenz, dueño de unas teorías bastante particulares sobre las mujeres y el electromagnetismo, el padre, infiel y chistoso, de un lado; las tías maternas, inquisidoras y malintencionadas, del otro; la madre, indecisa, que hace pasar a su hijo por todo tipo de tratamientos –espiritistas, fonoaudiólogos, hipnotizadores-, en el medio.
En la segunda parte del libro, Rolando enfrenta un período feliz y de calma. Sin embargo, un divorcio y una serie de alucinaciones lo llevan a un terapeuta lacaniano alternativamente delirante, serio y gracioso, aunque siempre confuso. Lo curioso es que quizá esté aquí el punto menos fuerte de la novela, pero, también, el argumento que la sostiene: lo importante en ella no es tanto cierta exploración del lugar del sujeto (mudo y disociado) que en la segunda mitad del libro se lleva al extremo, sino más bien la prosa rítmica de la primera parte, su humor corrosivo, la mirada infantil pero a la vez adulta que retrata con toda naturalidad cuadros de la vida de barrio que no son para nada naturales. La enfermedad pasa enseguida a segundo plano y poco le importa al lector reconstruir pistas que la hagan verdadera. Los excesos de la segunda parte resaltan, así, los aciertos de la primera.
A diferencia de otros relatos que giran en torno a una patología y que, cuando ésta ya es imposible de explicar o no encuentra ningún correlato en el mundo real, caen por su propio peso, La cisura de Rolando se mantiene no por sus escuetas justificaciones médicas, sino casi a pesar de ellas. Como le sucede al narrador, la mudez se nos va olvidando de a poco: la voz del autor llena ese vacío. También por eso la segunda parte flaquea. El chiste allí queda acotado a cierto campo (porteño, intelectual, psicoanalítico) algo más restringido.
“Escribo porque no puedo hablar”, empieza el relato, provocativo. Como sea, la sorpresa de la novela no está en esa unión premeditada entre escritura y silencio. Si está, en cambio, en su habilidad para sustraerse de ese tema grandilocuente (qué son la voz y la escritura o cómo puede hablar un sujeto partido en varios pedazos) y encontrar, en la minucia, en algunas frases al pasar que no tienen desperdicio, verdaderas iluminaciones propias de un niño.
Cuando el personaje y la novela se toman demasiado en serio, quizá no sean tan efectivos, pero, al mismo tiempo, señalan sus virtudes: ésos son los dos términos que, en definitiva, Gabriel Báñez ha logrado acercar.

viernes, diciembre 26, 2008

Mi nombre es Terranova

“Una vez me salió una frase: ‘Que sea simple’. Quedó. Que sea simple. Y fue simple mientras duró”. La frase pertenece a Rufus, primera persona de Mi nombre es Rufus, (Interzona), la novela de Juan Terranova ensamblada a través de apuntes secos, cortantes, dispuestos en percusión para contarnos la intimidad de "Birmania", banda de rock punk porteña. “Si creo en algo, creo en el ritmo”. ‘Que sea simple’, sin embargo, es algo más. Podría ser la razón estética de un diario encubierto, tapado por la música. Pega. Y pega Cioran, y golpea que Borges no sea punk, y en la divina entropía del rock la música todo lo permite. Por eso las anotaciones sincopadas. ¿Ansiosas? No lo parecen. La ansiedad es algo más complejo, un estilo, acaso un parche generacional: “No se puede vivir desnudo”. Los parches de Mi nombre es Rufus conmueven. Vibran y quedan ahí, como suspendidos para siempre, en el silencio de la noche. Nota tras nota, la novela desanda el viaje de intereses y gustos del narrador pero al fin, casi imperceptiblemente, uno advierte entre líneas un discreto y poderoso guiño confesional en el que Javi, El Mono, Kike y Rufus son la trampa "Birmania" para contar la disolución, la angustia, la limpieza del principio que la sustenta: “Un disco de Creedence sonando en la bandeja un domingo a las siete de la tarde. Esa es mi idea de eternidad”. Claro que no hay otra eternidad que la reflexiva y simple voz de Rufus contando cómo se arma, cómo decae, cómo vuelve a rearmarse y desaparece. ¿Una banda? Algo más.
Después de "Birmania" Rufus pasa a "Los carniceros", banda de funk-metal que le puso música a El matadero, de Esteban Echeverría. La lírica de la entropía dice que todo se degrada, tiende a desaparecer. La mirada de Rufus, las reses de algunos pensamientos y sensaciones que atrapa esa mirada, sabe que es así. “Ahora tengo mujer, un hijo y tres guitarras”. Religar podría ser verbo punk, pues entre música y escritura este Rufus ha consignado un minucioso registro generacional pero también una leyenda recursiva que va más allá de las referencias musicales y culturales para nombrar otras cosas. ¿Una novelita sobre el rock únicamente? No parece. Y no defrauda esa sugestiva voz, al contrario: impacta por la sencillez, la transparencia y las resonancias de lo que anota y dice.

(Publicado en “El Día”, 26/10/08) – Secc. Literarias.

viernes, diciembre 19, 2008

Paciencia, culo y terror

Por Soledad Franco


“Paciencia, culo y terror nunca me faltaron”
Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini


La frase del Marqués de Sebregondi, personaje lamborghiniano, bien podría haber sido dicha por Rolando, personaje de Báñez (reacio a los gentilicios) si Rolando contara al comienzo de la novela con esa facultad. “Escribo porque no puedo hablar”, escribe, y la paciencia la tiene para soportar los efectos que la pérdida del habla a los once años por una lesión en la cisura homónima provoca en la madre y en las tías; el terror le sobra ante los intentos de integración/ recuperación del entorno; el culo no es tema sino hasta el segundo tramo de la novela y por contigüidad.
Bastante diferente a la narrativa actual, se cuenta que cuando La cisura de Rolando recibió el premio Letra Sur el jurado pensó, seudónimo mediante, que se trataba de alguien muy joven. Esto puede deberse al humor subversivo y la irreverencia para hablar de ciertos temas que suelen confinarse (mal vanguardista) a ese momento de la vida; también a la originalidad que impide acercar la novela al lector de la manera más simple (por comparación con otra) y en cambio invita a un análisis textual.
Para Rolando, en parte, (en “La Cisura” nada es por entero ni tiene una sola causa) dejar de hablar es una ventaja: lo dignifica ante los amigos que viven pendientes de sus mensajes, por un lado, y por otro lo empuja hacia una pregunta que no se responde, pero que (y no es poco) aprende a formularse a través de la escritura. La escritura encuentra un precursor en el padre que lleva expresiones nuevas a la casa y que “había dejado inconclusas algunas obras de teatro porque, según afirmaba, a último momento había advertido que se las habían plagiado”, en la atención dispensada a los puntos y a las comas, y en la amorosa colección de palabras caseras (farabute, putañero, saraca, tirifilo, covacha) cuyo significado escamotea el diccionario. Avanza hacia el lugar de lo que no se puede decir o lo ilícito: está en los cuadernos ocultos en el taller del íntimo Behrenz y no en los de la “Escuela especial” a la que lo obligan a concurrir a partir de su ganancia-pérdida, en las exageraciones con las que decide torcer los detalles de sucesos ocurridos para evadir la vigilancia materna, en el “sistema para decir las cosas importantes sin tener que decirlas” que fabrica con el mismo fin junto a sus amigos, y en toda una serie de desopilantes intentos fallidos por dar con la palabra hilvanados al estilo cervantiano.
En “La Cisura” nada es rotundo y por eso la afasia va acompañada de la capacidad de oír a enormes distancias que a su vez se acompaña de “acúfenos”; a la recuperación de la afasia, en la segunda parte, le escoltan “voces de mando” y así siguiendo.
Rolando ha recuperado el habla con la misma indolencia con que la perdió (“¿Cuándo fue que el habla me recuperó?” se pregunta) y, ya a los cuarenta años acude a terapia con un lacaniano peronista (Danilo Moran) que sostiene que todos los argentinos somos putos. Lo lleva allí el hallarse en una preocupante “meseta de felicidad” que se manifiesta en “crisis caritativas” a través de las que se filtra “el fantasma de la disociación”. Lo mantiene allí no la creencia en el análisis, sino el “encanto del delirio progr(amado)”, delirio que transforma el mundo y en el que se sumerge “como un lector ante una novela”.
Sólo para ordenar, si la primera parte del texto se puede leer como una hipótesis (no una teoría) sobre la escritura; la segunda se leería como una hipótesis sobre la relación dialéctica entre ésta y las lecturas, los modos de leer y rescribir en simultáneo la propia historia y la ajena. Después de todo, lo que vuelve entrañables las sesiones para Rolando es el trabajo de su analista sobre el significante, las inversiones, acentos y paréntesis en las palabras de su historia (y en las del país y las del Génesis).
En realidad se trata aquí de la escritura/ lectura en miligramos, como sílaba y hasta como letra. Y es justamente en este rasgo donde se establece una continuidad con Cultura, la novela anterior de Báñez a la que él mismo definió no como una parodia de la cultura oficial, sino como una versión en miligramos de la misma.
“No hay que ser tan literal”, señala Moran y cita como ejemplo de castigo por literalización el caso de “Ibáñez” (personaje disociado de “Cultura” ) y es por ello que el hecho de que Báñez haya nacido como su héroe el 2 de junio y vaya a comprar con el dinero del premio un telescopio (el héroe en esto lo aventaja) no debería invitarnos a buscar más coincidencias, so pena de terminar como Ibáñez en la guardia.

Todas las mañanas somos Gregorio Samsa

Por Luis Chitarroni

Una de las pocas cosas que hoy podemos saber de la novela es que nos deben gustar en contra de las comodidades predominantes. No es el caso de hablar de los buenos servicios de relatos más aptos técnicamente –como los que ofrecen el cine o la televisión-, sino de los medios y recursos que la novela debe plantearse para competir con otras, a sabiendas de esta desventaja. Y encuentro la ocasión para hablar de una cuya planteo, estructura y desarrollo escapa por completo de las habituales, de una novela –La cisura de Rolando- que es toda una singularidad. La escribió un amigo, y la suerte no termina ahí: un amigo cuyos libros admiro. Y los admiro por eso, porque son distintos. Éste es muy distinto del anterior, que no sé si tuvieron la suerte de leer. Cultura exploraba la vida de un escritor en la atmósfera –o la órbita- impuesta por los ejercicios de sumisión de un organismo oficial. Distinto, muy distinto, porque si bien el anterior jugaba con la sátira hasta desmentir cualquier sospecha de situarlo en el ámbito que imponía el título, éste encapsula la cultura en su interior y no nos deja quietos hasta el punto final (que además es la licencia de un paréntesis).
Se trata finalmente de un mundo donde la cultura ha triunfado hasta el punto de imponer como apotegmas sus interpretaciones. Narrada por un individuo , quedo, afectado de una enfermedad que compromete cualquier posibilidad expresiva, podemos afirmar al menos que la elección del punto de vista y la perspectiva no podrían ser más satisfactorias. Tiene que moverse en un tablero de certidumbres insospechadas, debe darlas por ciertas a riesgo de recuperar esa escafandra que nos protege cuando la espontaneidad insufrible de la realidad nos deja a menudo con un desaliento parecido al de Gregor Samsa cuando a dormir se acostaba. Ya se sabe que es raro que el último pensamiento nocturno coincida con el del despertar, a menos que el insomnio munificiente nos provea de esa continuidad circular, aterradora. Lo que se ignora a menudo –o a menudo voluntariamente se ignora- es que despertar comporta un riesgo superlativo. Todas las mañanas amanecemos abovedados y entomológicos, con unas patitas delgadas que no nos instruyeron para qué sirven. Todas las mañanas despertamos siendo Gregorio Samsa.
Gabriel Báñez averiguó (y este descubrimiento merece un laurel científico) cuál es el método o la terapia aseguradora de que la ficción no siga su curso, de que el desarrollo subsecuente no cumpla con los requisitos de final de la vida consignados en “La metamorfosis” para que se nos elimine como élitros anecdóticos de un ayer abolido por la salida del sol. El protagonista de Rolando no es el narrador autónomo –o más o menos autónomo- que conocemos en la primera parte, sino alguien que tarda en sernos presentado y que es, como personaje, una de las creaciones más extraordinarias y perfectas de la narrativa local, argentina. El doctor Moran. Y lo es porque su terapia ha cambiado los términos con los que cada uno de nosotros, mortales autosuficientes dispuestos a olvidar en aras de la rutina las leyes indescifrables de la vida diurna, definíamos para consuelo o remordimiento posterior, cada uno de nuestros actos. Mediante un sistema misterioso, el doctor Moran pudo restablecer una especie de semántica inmanente, de acuerdo con la cual aceptamos –o nos negamos a aceptar- una armonía preestablecida.
Las semejanzas entre Moran y Leibniz merecerán sin duda una pesquisa académica que me excede, pero las que lo autorizan a protagonizar la segunda parte del libro alcanzan para esta ocasión. Moran es Lacaniano peronista. Así, sin medias tintas. Entre dos pronunciamientos de esos líderes de opinión tan vigentes (por lo menos para la vida social y cultural argentina) se extienden los límites de la existencia de Rolando. Entre dos proclamas estentóreas que canturreamos como respuestas ante lo absurdo, lo inverosímil o lo injusto: “La realidad está estructurada como una ficción” y “la única verdad es la realidad”. ¿Cómo saber, a esta altura de los acontecimientos, a quién corresponde cuál de estas consignas, de estos alardes? El propio Moran hace caso omiso, con una suficiencia pletórica que no es siquiera el eco de esa nimiedad atributiva, resultado sin duda de un desgaste nominal consecuente.
Con una modestia ajena por torpeza a esa elocuencia del pronombre “yo”, La cisura… cuenta “La metamorfosis” en un código dispuesto incluso a admitir un hechizo popular –público, mejor dicho- insignificante para quienes nos tomamos el recaudo de menospreciarlo: El código Da Vinci.
Antes y después de leer La cisura…Moran permanece por encima de cualquiera de las prevenciones dictadas por “la cultura”. Puede desintegrar con un sátori terapéutico las aspiraciones pequeñoburguesas de querer rehacer nuestras vidas y las omnipotentes de creer mejorarla. Reina el lenguaje, vale decir la cultura, vale decir el eufemismo, y entre las posibilidades que exige , la posibilidad de desobedecer pone en situación de accidente no nuestra vida (una de tantas) sino la vicisitud de exponerla como relato ingenuo, supeditado a esa ambigüedad oligofrénica que “nuestras propias palabras” adhieren a una lealtad sin progreso.
Rolando es el héroe del único relato que sobrevive después de las exequias miserables de Gregorio Samsa porque se anima a no dejarlo morir en esa confusión cotidiana y le permite despertarse como siempre, reanudar el día. Caminar unas cuadras en pos del consultorio. Apreciar los beneficios de la terapia. Admitir su condición a partir de un cadete de delivery literariamente necesario –Thomas Pynchon-, comer una porción de pizza con aceitunas y morir de verdad en una realidad atenuada –exacerbada- por todas las trampas del lenguaje.

miércoles, febrero 20, 2008

En los árboles no crecen gansos

El día que Ma Jian (Qingdao, 1953) abandonó definitivamente Pekín, lo hizo convencido de que jamás volvería a esa ciudad: dejaba atrás un matrimonio conflictivo con su primera mujer -no sólo cuestiones emocionales lo separaban de ella, también ideológicas- y el comisario cultural de su barrio terminaba de comunicarle que sus libros eran "tan indeseables como él". No hacía falta esperar más: toda la vida sería un chino excomulgado. Lo sabía. El partido sumado a las intransigencias afectivas de su matrimonio terminaron por expulsarlo definitivamente. La impotencia y bronca de Ma Jian reincidieron en la letra, sin panfleto. Una sola promesa se hizo entonces antes de marcharse: continuar el vínculo temático con la China continental en que había nacido, recordar una a una sus restricciones, devolver polémica y afectivamente cada una de las frustraciones. ¿La escritura como recurso vindicativo?. "La literatura es continente mayor", había señalado el escritor años atrás. De la capital partió a Hong Kong con casi nada de equipaje y muchos contactos, eso fue en 1987, y de Hong Kong, luego de que la ciudad pasara a manos chinas, se trasladó a Alemania para finalmente radicarse en Londres. Los cambios de vida y las contrariedades no lo derrumbaron. Al contrario: se había desempeñado en más de un oficio (aprendiz de relojero, pintor de brocha gorda y más tarde de carteles propagandísticos, chofer, fotógrafo de una revista del Estado y hasta repartidor de comestibles), y estaba dispuesto a sacrificar todo en pos de sus libros. Ma Jian nunca habló de su "obra", sí de sus libros, como si fueran desprendimientos naturales de su persona. Y lo son: Polvo rojo, Saca la lengua, El escritor, las mujeres y el partido, entre otros, recursan parte de su itinerario existencial.Si en Saca la lengua reduce a polvo la idealizada y pueril versión occidental del Tibet, en donde el nirvana y la ascesis meditativa antes que sabiduría representan usura, proxenetismo, mercado negro y corrupción política, en El escritor, las mujeres y el partido (The noodle maker) Ma Jian adopta un tono diferente de rebelión: la actitud burlona, el humor corrosivo, satírico. Lo que logra estilizándose redunda en una mayor eficacia en el plano narrativo, lejos del alegato partidista.La novela cuenta los periódicos encuentros de dos hombres con un único motivo: comer y charlar. Uno es un escritor sometido a las demandas políticas del buró cultural que escribe apenas lo que le está permitido. Como hijo de la Revolución Cultural, posee un margen "estrecho pero altruista". El otro es un donante de sangre que ha ascendido en la escala social y económica del régimen. Ocurre que el donante de sangre no es un donante de sangre cualquiera sino "Vlazerim", héroe cinematográfico de una película albanesa propagandística que en China se ha proyectado durante la Revolución Cultural para reeducar a los jóvenes urbanos e instruirlos acerca de las tareas campesinas. Por lo mismo, tampoco es ya un donante de sangre amparado y sustentado económicamente por los bonos del Estado, sino algo más: un héroe. Es que Vlazerim ha logrado lo imposible: tercerizar su producto a través de otros donantes y cobrar por ello un 10 % de la sangre ajena. Por esta burla a la maquinaria estatal china, es lícito afirmar entonces que el donante de sangre ha trocado en empresario de la sangre. Su economía de hemoterapia ha logrado proezas, raciones extras y platos tan extraordinarios como sopa de cabezas de pescado, ganso, vino, y cupones especiales para adquirir fósforos, televisores, ventiladores eléctricos, carbón y carne. A la mesa del exitoso emprendedor privado se sienta semanalmente su contertulio, el escritor, "conciencia de una generación". ¿Alguna aspiración creativa que mueva a este hombre? Una en concreto, muy acariciada: ingresar en el "Gran Diccionario de los Escritores Chinos". Claro que confrotar a los dos personajes supone un símil previsible en la nación bipolar: libertad de mercado vs. control político. Algunos diálogos de estos encuentos: "Tu profesión es despreciable -le dice el escritor a Vlazerim-, una degeneración, prueba que la naturaleza humana es primordialmente malvada". El donante responde: "El ganso asado no crece en los árboles, si no fuera por mí los bancos de sangre nacionales estarían vacíos. Me he desangrado por este país, soy más verdadero que tu". En medio de esta dialéctica algo esquemática surge no obstante lo mejor de la novela: las historias que el escritor desea poder escribir algún día, si es que existe la posibilidad de que alguien las lea.Mientras los encuentros llegan enmarcados por el presente, las narraciones se recortan en el pasado, modalidad que acaso sugiera que todo deseo es improbable futuro en la oclusiva China liberal. Las historias del deseante: un Desvanecedor que crema cadáveres de altos oficiales políticos en medio de música prohibida; la del Viejo Hepático y la novelista que se occidentaliza poco a poco en un transformismo de uñas y color; la de la actriz que se suicida en público de manera tan circense como poco ortodoxa (¿No es un tigre "amado" su nación?); la del escritor profesional y la muchacha desnuda; la de la madre de la actriz y Chi Hui, etc. En cada episodio argumental el tópico de la novela recupera al escritor, a las mujeres que lo rondan y al partido como presencia omnisciente que marca límites y conductas. Ma Jian subraya con desencanto humorístico cada escena, pero pese al tono burlón del estereotipo predomina en todo el libro un efecto persuasivo de angustia, de vacío. Este novelista "sucio, infame y descarado" -así fue nominado por el Gran Hermano Deng Xiaoping- posee el raro don de la hilaridad amarga, adolorida, profundamente visceral. Es pena la sonrisa que promueven sus párrafos, no cuesta demasiado reconocerla. "¿Sufres, amigo mío?". La convención satírica de esta sombría novela de mordacidad política supone entonces algo más: el recurso de la desesperación de su autor. O el valor de una promesa en marcha ya cumplida.

miércoles, febrero 13, 2008

Polizón global

En las entrañas de la ballena (nota 1)

"Nos escabullimos de noche, bien entrada la noche, en el barco no había guardia costera. Con mi amigo habíamos estado soñando de viajar a Estados Unidos, era un sueño. Lo teníamos desde mucho tiempo, desde más chico. En Dominicana nos estábamos muriendo de hambre, puro frijoles y arroz, frijoles negros. Muy rara vez carne de buey, caldo no siempre, de tanto en tanto. Pero yo tenía un sueño, el primero que tenía era de ser pitcher, me gustaba el béisbol, en Dominicana gusta mucho el béisbol, y el básquet, y mucho los maratones, hay muchos maratonistas, pero mi sueño de pitcher se dejó, se dejó caer solo por el hambre y la miseria. Tuve que trabajar, en lo que fuera trabajé, más en la construcción, en las obras de hoteles. ¿Pero qué? No, Punta Cana no conozco, es de ricos. Yo vivía en Dominicana en un pueblo que se llama San Pedro, con mi abuela vivía. Vivo. Mi abuela se llama María Bernarda. En mi familia hay muchos problemas, problemas de separación, esas cosas. Yo nací el 20 de marzo de 1986, y mi mamá se llama María Magdalena y mi papá Bienvenido Santos, diez hermanos somos, el mayor tiene 24, yo tengo 20, y tengo ese sueño todavía, no de ser pitcher, pero sí de llegar a América".
Marcos Abraham es dueño, como el resto de su familia, de un nombre con reminiscencias religiosas. Eso tan sólo. Eso y un sueño, un sueño que es como una persistencia. "Irme". No estuvo como el Jonás bíblico en el estómago de una ballena, pero sí 17 días en las entrañas de un buque petrolero griego soportando hambre y sed, tempestades marinas y terror, pesadillas de suicidio y un poco de muerte, la que le tocó a su compañero de viaje, su amigo Toviejo (24), a los cinco días de embarcados y devenidos en polizones. Sin embargo, no es el relato de un náufrago el suyo. Al contrario: es el testimonio de la resaca que arroja el continente globalizado, con el sueño americano a la cabeza, la gran cabeza de Goliath, alimentando las fantasía de supervivencia individual en el resto de los pueblos hambreados del hemisferio. "Cómo escaparle a la miseria", repite Marcos, lo repite en tono suave, con acento y cadencia caribe: "Escapal de la miseria, escapal". Habla pausado, se detiene, sonríe, y cuando advierte que casi no hay preguntas, sigue: "En mi familia somos todos católicos". Pero él no habla de milagro. Prefiere el presente. Tiene ojos pícaros y varios kilos -libras-, de menos.

"Ese día casi no habló"

Desde la cama 72 en el segundo piso del hospital Cestino de Ensenada, se acurruca, hace torsión flexionando las piernas y se toma de los dedos de los pies, le duelen. Se encorva como un ovillo, es casi una posición fetal y es la cicatriz más visible de esa odisea de 17 días que tuvo que padecer en el recoveco de una hélice de popa de varias toneladas, las convulsiones del petrolero "Kastelorizo" en medio de dos tormentas y el fantasma de la muerte mordiéndole las tripas por la muerte de su amigo. "Se lo llevó el mar -dice con simpleza y resignación-, había vomitado mucho ese quinto día de navegación y estaba mareado, ese día casi no habló". No hace falta preguntarle más.
Junto a la cama 72, Alejandro Palópolo, representante de la agencia marítima propietaria del petrolero griego, no se pierde detalle de la entrevista. En pocos días, casi sin quererlo pero con una enorme voluntad, el hombre se ha convertido en el padre sustituto de Marcos. Es parte de su trabajo. Abraham -hasta tanto Migraciones y las autoridades nacionales no se expidan acerca de su deportación o no- está bajo la responsabilidad de la compañía naviera. Sin embargo, Palólopolo oficia de muchas cosas más: de consejero, de guía en asuntos de vestimenta y hasta de voz protectora y paternal cuando el joven polizón se queja. "Le tomé las medidas -cuenta-, le calculé el número de los zapatos y salí a comprarle ropa y calzado. Había llegado con un bermudas hecho hilachas, descalzo y con una remera que era un asco. Fui, le compré lo mejor que pude, y encima se queja. ¿Vos podés creerlo? No quería ponerse el vaquero -ríe mientras cuenta la anécdota-, decía que era apretado, él quería uno de esos pantalones anchos y holgados de rapero, no se puede creer, se había salvado de morir y protestaba porque quería estar a la moda".

Mensajes en clave (nota 2)

El presente más que el milagro. El milagro para Marcos Abraham es tener que volver a recordar ese hueco de placas metálicas situado en la popa del buque, donde el eje de la hélice desciende vertical y deja un espacio de 2 x 2 para sobrevivir con el mar bajo los pies y una saliente de 1, 80 x 2 para acurrucarse y soportar las embestidas; el sueño y la oscuridad. En la base de ese compartimento estanco, un enrejado y abajo el oleaje. "Por momentos subía el agua por las rejas -cuenta Marcos-, y el frío nos dolía en los pies primero y después en la cintura y así iba subiendo. El frío subía con el agua. Mi amigo Toviejo empezó a aflojarse de a poco. Los primeros días hablábamos de las cosas que íbamos a hacer en Estados Unidos, de lo que íbamos a trabajar, de la plata que íbamos a mandarle a la familia. En el puerto de Dominicana a Toviejo le dijeron que el barco iba a Estados Unidos. Estábamos confiados, pero fueron pasando los primeros días y no tocábamos puerto. Lo único que sentíamos era el rolar de las olas bajo los pies, el ruido del agua que hace como un sonido grueso de algo que corta y que sube con frío. Agua y ruido, agua y ruido. Hablábamos para darnos ánimo. Al segundo día empezamos a preocuparnos, ya no teníamos la botella de agua con que subimos y empezamos a tener sed, mucha sed. Entonces empezamos a golpear, a hacer ruido. Hacíamos golpes con los zapatos contra las planchas de acero. Mandábamos mensajes como quien dice. Primero empecé yo y después él. Nos turnábamos. Cuando las piernas se nos quedaban nos descalzábamos y seguíamos con el zapato en las manos, golpeando y golpeando hasta que nos daban calambres. Nos dormíamos por turnos, pero no dormíamos, era como que cerrábamos los ojos y nos quedábamos en blanco, con el ruido del mar en la cabeza. Yo tuve algunos sueños, muy cortos, pero eran siempre lo mismo: ver tierra, ver la costa".

Grasa y polizones

Cada barco que zarpa de puerto lo hace para navegar unas pocas millas, luego recalar y fondear a distancia relativa de ese mismo puerto. Durante el fondeo ya es rutina la inspección. "El drama de los polizones -cuenta Alejandro Palópolo- se da de a miles y es muy poco conocido, pero las inspecciones son por lo general para detectar polizones. Si se los encuentra, todavía se está a tiempo de devolverlos a tierra, pero una vez que el barco ya emprendió rumbo abierto, la compañía es la responsable. El drama son los africanos, son un verdadero problema para todas las compañías, hay de todas las nacionalidades y de todas las edades. No miden ni los peligros ni las consecuencias. Quieren escapar y nada más. Es lógico: los corre el hambruna".
Hasta hace unos pocos años el compartimento del eje de hélice en los navieros de ultramar era abierto. Luego, debido a los polizones, se debieron dictar normas internacionales para que todos los buques enrrejaran la base del compartimento. El "Kastelorizo" tenía el enrrejado que marcan las ordenanzas. ¿Cómo lograron entrar los dos jóvenes dominicanos allí? Lo cuenta el propio representante de la compañía: "A Marcos lo encontramos no sólo deshidratado y desnutrido, sino engrasado de pies a cabeza. Era una bola de grasa. Es increíble, entre reja y reja hay 20 cm., poco más, por 20 cm. de la otra reja soldada. Ellos se engrasaron completamente y deben haber estado varios minutos estrujándose y afinándose hasta poder pasar".

Asomado a la desesperación (nota 3)

"Salimos de Dominicana el 16 de junio. A los cinco días Toviejo se cansó, vomitó mucho y después se quedó como dormido, pero estaba muerto. Yo le hablaba, le hablaba y se me hizo como que se había dormido. Pero no: era muerto. Era de noche, de madrugada, pero cuando me dí cuenta de que estaba muerto me asusté, lloré de miedo y pensé en mi mamá, allá en Dominicana". Marcos no cuenta cómo fue que Toviejo, de 24 años, terminó devorado por las aguas. Dice: "A la mañana ya no estaba. Se había muerto y ya no estaba, se lo había llevado el mar". Si fue Marcos quien devolvió el cuerpo de su amigo a las aguas, es algo que sólo él sabe y que no corresponde preguntar. En ese compartimento de hélice, apenas se veía muy poco mundo y demasiado mar hacia afuera. "Cada tanto nos asomábamos para ver el agua -cuenta-, pero era demasiado peligroso, no lo hacíamos seguido, cuando estaba la desesperación tan sólo". En diecisite días de navegación no probaron un solo bocado. Marcos tenía una muda de ropa inútil y la persistencia del sueño americano. "Pensábamos que si no llegábamos a Estados Unidos íbamos a llegar a algún otro puerto, alguna isla, Puerto Rico, Jamaica, y teníamos la idea de bajar y de ir haciendo viajes en escalas en otros barcos, pero los días pasaban y nada. Después del quinto día, cuando quedé solo, lo único que me quedaba era seguir haciendo sonidos. Pero los zapatos empapados casi no hacían ruido contra el metal y no tenía fuerzas. Entonces lo que hacía era esperar la calma para golpear con las palmas, con la calma el mar era menos ruidoso.No duraba mucho, las palmas me ardían y se me inflamaban. Entonces me recogía de piernas y golpeaba con los pies contra el metal". Todavía le duelen los pies a Abraham, se los frota después de cada frase. "Toviejo -recuerda con una sonrisa melancólica- fue mi compañero de viaje".

"Me quise suicidar"

Al sexto día fue mar gruesa y la tormenta en el océano se hizo sentir con cimbronazos y estruendos. "Se agitaba todo, no podía ni agarrarme, las olas golpeaban y el barco hacía como que se estremecía y tronaba, eso recuerdo, tronaba por dentro. Yo estaba de acá para allá, sacudido y golpeado y con un vacío salado en el estómago. El barco subía y bajaba, y el agua me empapaba y yo temblaba, por momentos lloraba y gritaba. Pero era gritar a nadie, el mar gritaba más fuerte. Yo digo hambre, sed, terror, frío y no todos saben de qué digo, pero allí adentro hambre, terror, frío y sed tienen como un solo nombre". Marcos se queda en silencio. Palópolo lo mira desde la punta de la cama y le hace un guiño de afecto. "¿Sabés qué? -pregunta el joven sin esperar respuesta-, que te quieres matar, y es muy cierto, fueron varias las veces que me quise matar. Me tomó como esa cosa del suicidio, dejarme ir, de juntarme con Toviejo. Una noche en medio de la primera tormenta pensé en suicidarme y soltarme de todo, pero en el último segundo, llorando, pensé esto que te voy a decir y que quiero que escuches: tengo mal los pies, tengo el estómago quemado y revuelto del agua salada que estoy tomando, tengo los brazos y las manos escaldadas de tanto golpear, tengo el cuerpo congelado y casi no lo siento y hasta tengo a mi amigo muerto y tengo mareos y náuseas. Tengo todo eso, claro, pero si me doy cuenta de todo eso es porque tengo la cabeza bien y por eso no me voy a matar. A mí -se toca-, me salvó la cabeza. Ésta me salvó".

Anotando en la cabeza (nota 4)

En el hoyo sellado del eje de la hélice Marcos pensó en algún momento anotar las noches y los días como un preso. Pero no podía marcar. "Había noches terribles, el agua subía mucho, y yo iba anotando las noches en mi cabeza, marcaba los días en la mente. Cuando llegó la segunda tormenta pensé: mejor morir acá que bajo el mar, morir tumbao. A mí ya me dolía la cabeza como a Toviejo y eso me dio terror, pero seguía golpeando con los brazos, los zapatos, no dejaba de golpear, era como que hacía golpes de muerte porque yo sentía la muerte, y de tiempo en tiempo me recordaba para ayudarme en otras cosas, en mi mamá, en mi familia. El miedo era mucho, era no llegar a tierra, también me acordaba de algunas letras de merengue para darme ánimo, me gusta Juan Luis Guerra mucho, allá merengueamos mucho en Dominicana. Esa segunda tormenta estuve a un tantito de tirarme también, pero la vida fue más fuerte, la vida fue más fuerte. Y la verdad es que lo volví a intentar, sí. El barco tiene una plataforma en el timón, ahí hay agua, y de allí podía tirarme. Esa noche volví a soñar un sueño igual: que llegaba a tierra".

Tierra en el agua

Los tres últimos días, ya casi inconsciente, Marcos sin embargo tuvo la lucidez suficiente como para advertir que los sonidos del mar amainaban y que el barco se remecía cada vez menos. Dejó durante esos días de tomar agua salada y se dejó estar en una paz extraña. "Lo primero que sentí fue que el mar dejaba de ser mar y que el agua se oscurecía, se ensuciaba, era agua color barro". Eso lo animó un poco. No vio tierra, pero sintió el olor del Río de la Plata y el color sucio del agua lo animó. "Yo pensé que estaba llegando, pero el río es muy ancho y demoró mucho en detenerse". Cuando el barco fondeó, apenas si hizo un último esfuerzo para tomarse de la planchada y la saliente y erguirse. Estaba mareado, pero divisó un bulto en el agua que se movía. "Hice saludos con la mano, era una lancha de prefectura. Yo me iba a tirar, pero estaba lejos de la costa, la veía, pero no tenía fuerzas para nadar, la lancha estonces dio una vuelta y volvió. Estuve como tres horas hasta que me rescataron. Me subieron al petrolero y me dieron las primeras atenciones, después la lancha de la prefectura me trajo al hospital. Yo la verdad estaba tan mal que pensé que estaba en Europa, no en América, pero tampoco estaba en América -sonríe-, estaba en Argentina. No sabía nada de acá. Me gusta estar acá, son muy buenos acá, lo que más extraño es a mi mamá". Alejandro Palópolo, agrega: "Estaba muy mal, demasiado, no sé cómo sobrevivió. Un milagro".
Paradojas de la miseria: el último dato lo aporta el representante de la empresa, quien espera el alta médica del joven para acompañarlo hasta donde llegue la decisión de las autoridades nacionales (su deportación o no): "Mañana Marcos ya tiene un pasaje para abordar un vuelo de Lan Chile que paga la empresa. Ese vuelo va de Ezeiza a Valparaíso y de Valparaíso a Punta Cana", explica. Paradojas de la miseria global: 17 días de horror en altamar para llegar a conocer el paradisíaco mundo de los resort "all inclusive" de su Dominicana natal.

(Nota de la redacción: al cierre de esta última entrega surgió la posibilidad de que Marcos Abraham sea puesto en guarda temporal bajo la tutela de un matrimonio argentino, por lo que su deportación podría quedar en suspenso)