miércoles, enero 23, 2008

Bobby Fischer no tomaba Coca-Cola

Murió en Islandia, whem I'm sixty four, rodeado de años de oscuridad y prejuicio. Para él fueron sin embargo años luminosos: se quedó en la tierra que más amaba, la de la naturaleza abierta, salvaje en buena medida. Bobby Fischer fue un caso extraño. La CIA y el FBI emplearon sus archivos para recordarle sus raíces alemanas por parte de padre, Gherard Fischer, un físico que en 1945 se refugió en Estados Unidos y que muy pronto abandonó a su familia. La madre de Bobby era enfermera judía, pero se había criado en Suiza, y su apellido era Wender. Con esos elementos se construyó el presunto antisemitismo de Bobby. Con eso y con su jamás superado odio natural al padre. Claro que las agencias de información yanquis trabajaron ayudadas por los problemas de personalidad de Fischer. ¿Si era paranoico? No, no lo era. Padecía sí de psicosis cicloidea y de sindrome narcisista, trastornos que en ocasiones mantenía bajo tratamiento y en ocasiones abandonaba. La conducta intempestiva de Bobby, su extravagancia y genialidad hicieron el resto. Bobby Fischer estuvo cuatro o cinco veces en la Argentina y dos veces en mi ciudad, La Plata. En la partida previa que lo llevaría luego a enfrentarse y vencer al campeón soviético Boris Spassky, se enfrentó al armenio Tigran Petrossian en la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, en Buenos Aires. Eso fue a comienzos del setenta. Poco después llegó a La Plata y jugó simultáneas en la sede del Club Estudiantes, sobre la calle 53. Acompañé junto a la mesa a uno de sus ocasionales contendientes, Horacio Cristóbal, promesa de los tableros locales con quien en aquel entonces jugábamos partidas en el Club de Ajedrez de La Plata, en 54 y 6. Bobby llegó sonriente, como una verdadera estrella. Tenía un saco oscuro y una corbata roja, de nudo pequeño. Duramos apenas minutos, la apertura con el caballo de Horacio no contuvo la arremetida en la cuarta o quinta vuelta de Bobby con peón y dama. Cómo olvidarlo. Lo despidió estrechándole la mano y con una frase alentadora, en inglés. Yo intenté saludarlo, a espaldas de Horacio, pero él siguió raudo en la línea de mesas, derrotando contendientes. Luego, a la noche, asistió a un agasajo en el Club. Un año después se coronaba campeón mundial, venciendo al cabo de 21 partidas a Boris Spassky, en Reykjavik, precisamente. Surgía un héroe de la guerra fría, destronando la hegemonía rusa de casi 25 años. Pero Fischer muy pronto pondría todo su empeño para salir del lugar que se le había asignado. Era inclasificable, como genial e imprevisible su modo de mover las fichas.¿Dónde estaba el arte de Fischer? En la línea de peones, aparentemente la más vulnerable pero que él hacía la más ofensiva. En 1975 debía revalidar su título con el ruso Anatoly Karpov, y se negó. La Federación Internacional de Ajedrez lo despojó del título por "incomparecencia". El 2 de abril de ese año el título mundial volvía a manos de los soviéticos. Su actitud cayó muy mal en el gobierno estadounidense. Las internas de la negativa de Fischer: él insistía que el título debía recaer en quien ganara diez partidas, no contando las tablas, pero en tiempo limitado para que los enfrentamientos no se prolongaran indefinidamente. La segunda exigencia: si ambos competidores obtenían nueve victorias cada uno, el título quedaría en sus manos, por ser el campeón. Lo insólito: la Federación Internacional acepta sus condiciones de diez victorias proponiendo un máximo de 36 partidas. Sobre la segunda exigencia no se expide. Pero al contestar por telegrama a la Federación, Bobby escribe: "He sido informado de que mis propuestas han sido rechazadas, por lo que renuncio a mi título de campeón mundial". No fue un desplante ni, mucho menos, temor a perder el título. Las explicaciones son médicas, de orden psiquiátrico. Los años subsiguientes comienza la versión negra del mito Fischer, sustentada en parte por sus pozos depresivos, su ansiedad, pero fundamentalmente por sus períodos maníacos, los que en ocasiones lo llevaban a la irritabilidad y a encerrarse durante días, cuando no a las declaraciones polémicas y estruendosas. Los expedientes Fischer que guardaban las autoridades de la seguridad nacional norteamericana, crecían. Llegó el momento de la devolución. Fue en 1992, cuando Bobby viajó a Yugoslavia para realizar un partido homenaje con Spassky, conmemorando los veinte años de la conquista del título. Le ganó nuevamente al ruso. Respuesta del gobierno norteamericano: lo consideró traidor a la patria y tanto el FBI como la CIA lo encuadraron legalmente como fugitivo. Belgrado en ese entonces estaba bloqueada. ¿El viaje de Fischer a Yugoslavia fue simplemente un desplante? Para nada. Fue una devolución de gentilezas. La personalidad de Fischer se definía por dos cosas: memoria primero, luego innovar.Hay un episodio que las agencias periodísticas no han recordado a la hora de la muerte de este genio. Cuando estaba a punto de vencer a Spassky en 1972, y a un paso de proclamarse campeón mundial, detuvo una partida por el mismo motivo que esgrimiría tres años después: "no se cumple con mi contrato", dijo. El notable Miguel Angel Quinteros, Gran Maestro argentino de ajedrez, estaba con él en esa oportunidad y en estos días recordó que "Bobby recibió las llamadas de Henry Kissinger y hasta de Richard Nixon, quienes le pedían que continuara jugando". Bobby lo hizo y ganó. Poco tiempo antes, el desplante lo había tenido con la Coca-Cola, negándose a participar en un comercial porque, según afirmó: "Yo no tomo esa bebida, no me gusta, y menos voy a promocionar algo que no consumo". Actitud que la empresa jamás le perdonó. Miguel Angel Quinteros recordó una anécdota referida a ese incidente: "No podía hacerlo, cómo podría si yo nunca miento, Miguel Angel". Cierto: Fischer jamás se adaptó al establishment. El otro hecho significativo que bien podría explicar el "desplante" de Fischer viajando a Yugoslavia lo recordó también el Maestro Quinteros: "Luego de vencer a Spassky, las autoridades del gobierno estadounidense se negaron a invitarlo como campeón, pero desde la Casa Blanca llevaron a la gimnasta Nadia Comaneci de Rumania, país que en ese momento era el símbolo del comunisno, y nunca lo llamaron a él. Fue una gran desilusión para un hombre que había vencido a toda la escuela rusa del ajedrez". Casi año y medio le duró la depresión. En el año 2005, obtuvo la ciudadanía de Islandia como un modo de no ser deportado a Estados Unidos, donde aún pesaba la burda acusación de "traidor".Las últimas fotos lo muestran prematuramente envejecido. La enfermedad que nadie buscó entender siempre estuvo en él, moviendo piezas. ¿Le costaba demasiado admitirla? Quizá. O no, cuestión de estrategia. El más recóndito secreto del ajedrez es imperial. Lo concreto. Bobby Fischer fue el más grande: no tomaba Coca-Cola. Jaque al rey.

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