miércoles, abril 08, 2009

Pequeño diario de viaje durante la lectura de La cisura

Texto de Miguel Russo para la presentación de la novela en El Ateneo de La Plata

Como si fuera otra cisura de Gabriel, podría arrancar diciendo “escribo porque no puedo hablar”. Pero sería absolutamente deshonesto. Debería decir, escribir, quiero empezar una novela con esa frase y este tipo me ganó de mano. A partir de este momento, del momento de la lectura, sólo me queda remedar la frase, adoptar poses académicas y hablar de palimpsestos o dejar de escribir. Mientras me decido por alguno de los tres caminos, sigo la lectura.

Los libros no me cambian la vida, me remiten a otros libros. Hablo, escribo, de los libros buenos. La Cisura…me hace acordar que hace unos diez años, más tirando a más que a menos, me llamaron para presentar un libro de un escritor español muy poco conocido en el país. Había sido elegido por la sencilla razón de ser el único, al parecer, en haber leído esa novela. El orden alfabético, se llamaba, y en la historia, el personaje iba perdiendo letras, por lo cual la novela se tornaba, a cada página, más enloquecida. Arranqué diciendo, escribiendo, que Juan José Millás (el autor en cuestión) estaba loco. Millás me miró de costado, españolísimo, y no me dirigió la palabra en toda la presentación. Me lo merecía. Diez años después, más tirando a más, este libro me remitió a aquel libro por el sólo (sólo, digo, escribo, y me agarra un ataque) argumento de la relación de un autor y un personaje con el lenguaje. Anoto, digo, escribo: no decir que Gabriel Báñez está loco, ni siquiera en broma.

Hablé tres o cuatro veces con Gabriel por teléfono y lo vi una vez, Más allá de ese odio envidioso que me crece a cada página que dejo atrás en la lectura, sé de él, por ejemplo, que una vez no fue a la presentación de un libro propio. Dijo, en aquella oportunidad, o después, cuando le recriminaron la ausencia, “soy un escritor desapercibido”. La frase me remite a un libro que estoy leyendo casi a la par de La cisura…: Héroes sin atributos. Un ensayo sobre la desapercibición (perdón, digo, escribo, por la palabrita) de los personajes de algunos autores: Gombrowicz, Macedonio, Saer, entre otros. Pienso, también, aunque el autor del ensayo no pensó en él, en Onetti. Recordando a Onetti, recuerdo una anécdota suya que lo empadra con el padre de Rolando de La cisura…Cuenta Onetti que, de pibe, para leer tranquilo, se hacía bajar por su hermano Raúl a un aljibe, enganchado en un balde. Bajaba con un banquito, una jarra de limonada y un ejemplar del Eclesiastés. Cada vez que el padre de Rolando recita a los gritos pasajes del Eclesiastés, recuerdo a Onetti con diez o doce años, sentado en una sillita de mimbre en el fondo de un pozo y no puedo parar de sentir cómo crece la envidia.

Alguien me comenta que dijo Báñez que la mayoría de sus argumentos viven en La Plata porque carece de mitología. Anoto que me dicen que Gabriel dijo: “La Plata es ensayo y Berisso es novela”. Anoto: hay que tener agallas para decir eso y seguir escribiendo, en La Plata, en Berisso o en cualquier lado. Pero claro, leyendo La cisura…compruebo que lo de Báñez es una cuestión de sinceridad. Diría Onetti, pero podría sencillamente decirlo Báñez: “Escribir Hambre, a la Knut Hamsun, por supuesto, y pesar cien kilos es un asunto grave. Pergreñar endemoniados a la Dostoievsky y preocuparse de los mezquinos aplausos del ambiente intelectual lugareño es motivo de desconfianza”. Sigo leyendo a Gabriel-Rolando-padre y madre-La Plata, una ciudad que día a día aprendo a desconocer. Y me dicen, no me interrumpen, los que me dicen son como personajes de Gabriel entrando y saliendo de su novela, me dicen que Gabriel dijo algo así como que La Plata era “una ciudad rusa de provincia, muy bella, espaciada, grandes avenidas y edificios públicos, serios problemas de identidad”. Me quedo tranquilo. Quedarse tranquilo, anoto, digo, leyendo La cisura de Rolando, es estar hecho una pila de nervios.

Me pregunto, escribo: ¿por qué no quiero que Rolando empiece a hablar?

Anoto una perplejidad. Las perplejidades, al leer a Báñez son moneda corriente. La cisura…me remite a La revolución es un sueño eterno. Rolando a Castelli. Trato de pensar en una diferencia entre el siglo XIX y el siglo XX. Castelli, con su mudez, analiza la revolución. Rolando, con la suya, analiza el yo. No hay caso, es demasiado poco para intentar una novela que disipe, un poco al menos, la envidia. Tacho todo. Encima, llega otro personaje y me avisa que Gabriel dijo “Madre es lenguaje, padre es escritura. La lucha es siempre con la palabra”.

Gabriel sigue transmitiendo con su Rolando. Mejor dicho: Rolando me sigue transmitiendo por medio de Báñez. Creo que ese silencio hecho palabra es la mejor clase de literatura que recibí en mucho tiempo. Es la fuerza de un escritor. Lo que lo hace ser lo que es y hacer lo que hace.
Vuelo a Onetti porque lo dijo mejor de todo lo que puedo ensayar yo: Cuando un escritor pide a la literatura algo más que los elogios de honrados ciudadanos que son sus amigos, o de burgueses con mentalidad burguesa que lo son del arte, con mayúsculas, podré verse obligado por la vida a hacer cualquier clase de cosa, pero seguirá escribiendo. No porque tenga un deber a cumplir consigo mismo, ni una urgente defensa cultural que hacer, ni un premio ministerial para cobrar. Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión, su desgracia.
Pucha, digo, anoto, no tener una frase como “escribo porque no puedo hablar”. Si al menos tuviera la mitad de una frase así.

Ojalá vaya Gabriel a la presentación.

No hay comentarios.: