Tambor Pynchado
El caso Günter Grass, vaya a saber por qué, me recordó un libro de Thomas Pynchon de juventud. Lo publicó Tusquets hace ya más de veinte años con un título parafraseado a Henry Adams, Un lento aprendizaje. En el prólogo, Pynchon reconocía no sólo los errores técnicos de esos relatos, sino también y con absoluta entereza, el ADN de algunos de sus personajes: "Y ése que aparece allí, algo autoritario y fascista, tengo que reconocerlo, era yo". Luego agregaba: "A los lectores modernos les desconcertará un nivel de cháchara racista, sexista y protofascista”". Los cuentos que allí aparecían –“Tierras bajas”, “Entropía”, “Lluvia ligera” y otros-, los había escrito el autor de V veinte años atrás. Si sumamos, la data tiene ya más de cuarenta años. “El problema para muchos de nosotros es que en la juventud creemos saberlo todo –agregaba-, o, para decirlo de un modo más sutil, con frecuencia desconocemos el alcance y la estructura de nuestra ignorancia; deberíamos familiarizarnos con nuestra ignorancia”. Es probable, algunos protagonistas de "Zonas bajas" y "Entropía", a lo mejor traslucen algo del protofascismo de aquel Pynchon de juventud, pero más que la admisión de un pecado lo que verdaderamente conmueve es la naturalidad con que el autor asume esa, cómo llamarle, ¿carga? ¿posición? Nada de culpas, nada de gimoteo autobiográfico. Nada tampoco de batir el parche y ponerse en ejemplo, malo o bueno, que eso ya es moralizar. En saludable voz baja y para los lectores de las nuevas generaciones, Thomas Pynchon dice: "Ése también era yo". Clarito: evitando el redoblante mediático, el autor de Vineland da una muestra palpable de honestidad intelectual. También en ese texto extiende parte de su preceptiva narrativa a los iniciados y da algunas recomendaciones, en singular. Pynchon no concede entrevistas, es sabido. Tampoco admoniza ni se rasga las vestiduras. Escribe, corrige, no habla. Tampoco deja pasar el tiempo: ninguna levadura oscura aún le fermenta. Imposible. No puede haber remordimientos o culpas cuando se está fuera de escena. Lo obsceno son los lugares que van detrás de la coma. "Esos lugares no me interesan", ha dicho Grass. No lo parece. Bajo los spots de la escena autobiográfica el hombre ha levantado un monólogo confesional algo plañidero y tardío. Una addenda para aquel viejo prólogo de Pynchon: “No sé de dónde había sacado la idea de que la vida personal del escritor no tiene nada que ver con su ficción, cuando lo cierto, como todo el mundo sabe, es casi lo contrario”.
Y algo más: la crítica es la única forma honesta de la autobiografía, dijo Wilde.
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