A propósito de Esa visible oscuridad, de William Styron (1925-2006)
Hace un par de días, mientras andaba por nacionapache, me asomé a la ventana que Piro había abierto sobre la depresión. A la tarde de ese mismo día me enteré que William Styron (1925-2006) había muerto en Martha's Vineyard. Hice el vínculo de inmediato: Esa visible oscuridad. Es el texto menos conocido y difundido del norteamericano, célebre por La decisión de Sophie, La larga marcha y, en menor medida, por Tendidos en la oscuridad y Pabellón especial. Sin embargo, cuando lo leí a comienzos de los noventa, me impactó doblemente. Primero porque lo había encontrado en la biblioteca que había sido de mi padre en una casa abandonada. Segundo porque mi padre lo había marcado en aquellos párrafos con los que él creía identificarse. La creencia es marca de parentesco. Como fuera, hacía apenas unos meses que yo me había reencontrado con él -después de casi dieciocho años de no saber nada de su existencia o inexistencia-, y pasados esos pocos meses, nueve o diez, él ya había vuelto a desaparecer. Entonces definitivamente. Cuando me avisaron que había muerto, sentí al revés: que ya tenía padre para siempre. Al tiempo me enteré que durante esos dieciocho años en blanco había padecido de depresión. No una, sino muchas veces, aunque el animal interior de la depresión es siempre el mismo. Vuelve o vive agazapado.Buscándolo entre los libros encontré Esa visible oscuridad, con sus marcas y anotaciones. Lo leí de un tirón. Lo seguí leyendo al cabo de los años, lo releo cada tanto. Es brevísimo. Styron lo escribió después de padecer una profunda depresión que se le despertó a mediados de los ochenta. Estaba en París cuando empezó a sentir los síntomas: certidumbre por la enfermedad y extrañeza por un recuerdo que volvía a hacérsele presente mientras caminaba frente a un edificio de fachada gris. Lo que refiere luego es la crónica de una agonía, la despiadada y lúcida descripción de la patología en sus detalles más ínfimos: temor, inseguridad, dependencia. De los insomnios iniciales a la disgregación, Styron traza un arco hacia la caída de lo que él llama "el vórtice del sufrimiento". Estuvo a un paso del suicidio. Así cuenta su experiencia:"La depresión que a mí me postró no fue del género maníaco -la acompañada de cúspides de euforia-, que con toda probabilidad se habría presentado en una época anterior de mi vida. Contaba sesenta años cuando la enfermedad me atacó por primera vez, en la forma unipolar, que lleva directamente al derrumbamiento. Jamás sabré lo que causó mi depresión, como nadie sabrá nunca nada acerca de la suya. Es probable que el llegar a saberlo resulte siempre una imposibilidad, tan complejos son los entremezclados factores de química anormal, comportamiento y genética. En suma, intervienen componentes múltiples -quizá tres o cuatro, muy probablemente más-, en insondables permutaciones. Por eso la mayor falacia en lo que respecta al suicidio está en la creencia de que hay una respuesta única inmediata -o tal vez respuestas combinadas- en cuanto a la causa de su perpetración. La inevitable pregunta de ¿por qué lo hizo? conduce por lo general a extrañas especulaciones, en su mayor parte falacias también".Este párrafo lo había marcado mi padre y, al costado, un signo de admiración. Otro que había subrayado dice así: "No cabe duda que cuando uno se aproxima a las penúltimas profundidades de la depresión -que es cuando se comienza a poner en obra el suicidio-, el intenso sentimiento de pérdida se relaciona con una clara noción de que la vida se escapa de las manos a paso acelerado". Esa visible oscuridad lleva por subtítulo "Memoria de la locura". El testimonio del escritor es tan despiadado como magistral. Pocos libros deben dar cuenta de la enfermedad con la percepción y sensiblidad con que lo hace éste. Styron no se suicidó, lo sabemos, pero entre los autores que menciona en el texto cita a Camus, para quien el suicidio es el único tema trascendente que la Filosofía jamás logró resolver. Una llave acompaña la siguiente frase del capítulo seis, y al lado dos signos de admiración: "Un fenómeno que ha observado cierto número de personas al pasar por estados de depresión profunda es la sensación de hallarse uno acompañado por un segundo yo: un observador fantasmal que, no comprendiendo la demencia de su doble, es capaz de mirar con desapasionada curiosidad mientras su compañero lucha contra el desastre que se le avecina o decide asumirlo".Dos días antes de morir, mi padre me llama por teléfono y después de algunas trivialidades se despide teatralmente, parafraseando el título de otro libro, uno que jamás encontré en aquella biblioteca: "Es la ceremonia del adiós", dice, y larga una carcajada.La verdad, nunca terminé de creerle: siempre fue un tipo demasiado irónico mi padre. El libro de Styron lo editó Grijalbo hace ya más de quince años. La colección es "El espejo de tinta".
sábado, febrero 10, 2007
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