Hilvanes y costuras pifiados
En una vieja Selecciones del Reader's Digest volví a la buena escritura. Digo escritura por lectura; digo escritura, no literatura. Es decir, la errónea, imperfecta y anárquica mueca que el lenguaje le dedica a la letra escrita, a esa norma de la imprenta consagrada por terceros. Raro: leyendo ese relato perdido de John Fante, recordé frases sueltas y aforismos de Karl Kraus ("La palabra tiene un enemigo: la imprenta. Le es a la idea orgánico no resultar comprensible a un lector de hoy. Si tampoco es comprensible para un lector de mañana, tendrá la culpa una falsa manera de leer...) El relato de Fante tiene más de 50 años, una traducción improbable (no se consigna traductor, ¿hace falta?) y, para mejor, es una condensación que la propia revista ha hecho de Full of life, relato desconocido del creador de Bandini. Algo así como el resumen Lerú de una ficción inhallable en castellano. Bien lejos del canon. La otra falla virtuosa asoma desde el título: el Reader's Digest tradujo Full of life con el encanto de la época: Rebosante de vida. Vuelvo a Kraus: "...También habría que pensar que las erratas, cualesquiera sean, son molestias nada importantes que no impiden la información del lector. Ni agujerean el tema, ni quiebran la tendencia..." La versión de Selecciones tiene la precaria belleza de las costuras rápidas y comienza con un agujero también, pero nada metafórico: cuando John Fante, escritor y autor de guiones, encuentra que a las 9.27 de la mañana del 18 de marzo, su mujer, Emilia, ha caído en un agujero gigante que se ha abierto en la cocina de su casa en Hollywood. El inmenso hueco lo han abierto las termitas. Que son termitas y nada más que termitas, eso. El escritor llama a su padre, Nicolás, que vive en San Juan, localidad del Valle del Sacramento, para que intervenga a fin de arreglar el desastre. Nicolás es el mejor albañil de toda California. El padre llega, jamás arregla el agujero, pero construye una tan imponente como inútil chimenea a leña en el hogar de John y Emilia. Mientras leía, Kraus seguía filtrándose al bies en algunos pasajes ("no hay original, si es mejor la copia") y tenía la sensación de estar leyendo un genuino Fante, de segunda o tercera mano quiero decir, tan vertiginoso como el guionista a sueldo que supo ser. Por los remiendos y costuras respiraba el mejor JF, superior incluso al de Sueños de Bunker Hill, tan fallido como intenso. El relato autobiográfico no cuenta gran cosa. O sí, pero el lenguaje va construyendo a través de la sostenida acción lo que decimos pensamiento porque, como advierte Kraus, "el lenguaje es la madre del pensamiento": el vínculo padre-hijo, el embarazo de Emilia, la felicidad de las cosas mal construidas o defectuosas, como la propia escritura. Retomando a Kraus: "Las termitas son las palabras, lo tienen que devorar todo". No hay duda: esta doble mención amorosa a Fante y a Kraus es una falla, un capricho personal o, mejor, una impostación. Pero hay demasiados engendros que no funcionan. ¿Con los zurcidos pifiados empieza algo distinto?. Ojalá. ¿Se notan los hilvanes?. Mejor. Es un despropósito zurcir Fante con Kraus. Termino con éste último: "A veces doy importancia a que una palabra me interpele como una boca abierta; y pongo entonces dos puntos. Me harto luego de esa mueca, y vuelvo a cerrar con punto final".(El relato de Fante lo obtuve de Soledad Franco, quien lo recibió de su padre, quien lo recibió de su abuelo Gabriel, vulgata de vulgatas inmejorable)
sábado, febrero 10, 2007
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