miércoles, enero 23, 2008
"Dos mujeres estaban sentadas juntas..."
Doris Lessing y el feminismo: nombre propio y lugar común comparten el mismo podio en las noticias internacionales que anunciaron el premio Nobel de Literatura. En estos días la función mediática se reparte binariamente. Nos quiere instruir acerca de los intereses de la novelista: Africa y los derechos postergados de las mujeres. Eso, un mismo territorio en el plano de las noticias. Simplifiquemos y redundemos la voz cordial: "Doris Lessing, una permamente abanderada por las causas del feminismo y del postergado continente africano ha sido galardonada..." Yo voy a aplicar otra fórmula, ya que de reduccionismos se trata: "Dos mujeres de cierta edad estaban sentadas..." Así abre uno de los más significativos libros de la novelista nacida en Irán: Martha Quest (Argos-Vergara), el primer volumen de la pentalogía Hijos de la violencia, publicado originalmente en 1964. Ahora trazo un arco y me dirijo a uno de los últimos títulos de la narradora británica, Las abuelas (Ediciones B), y leo: "...dos mujeres estaban sentadas". La misma cláusula, pero no una fórmula. Menos un lugar común. Se trata en todo caso de una expresión de conciencia. Así que entre el feminismo y Africa, yo hablaría también de los derechos emocionales y sentimentales de las mujeres, extendiendo un poco más allá el territorio narrativo de Lessing. Los cuatro relatos que integran Las abuelas, libro que ha pasado casi desapercibido entre nosotros, recorren la alegoría política, la pasión y el erotismo. Es un recorrido que evita sensiblemente el mal gusto del concepto "tercera edad" (eufemismo gerontofascio, si los hay) y que indaga sensiblemente en la piel de la mujer, en su sexualidad y en sus sentimientos. A la edad que sea, no importa. Quien dice lesbianismo obtura cualquier interpretación sensible, inclinando la norma, clasificando islas griegas. Mejor no. Mujeres que pueden asumir su más íntima y plena libertad sexual y emocional, en todo caso. La pregunta: ¿Por qué no se lanzaron antes, mujeres nobles, hermosas y buenas? Es obvio.Hay, sin embargo, una nouvelle en la que Lessing va mucho más allá de todo refrito periodístico. No es un título que llene la boca de la legión divulgadora del Nobel, pero es sin duda uno de los más estremecedores, profundos y sensibles: El quinto hijo. En nuestro país lo editó Emecé. Allí la escritora nacida en la antigua Persia y criada en la ex Rhodesia indaga en el Mal (démosle mayúsculas) como pocos sin duda lo han hecho. Mejor decir: en la raíces del mal, en su diáfana esencia. Hay que leerlo. El quinto hijo de una pareja armoniosa y feliz (la superficialidad del "todo bien" nos es conocida), crece hasta convertirse en un ser maligno, violento. Pocos autores han indagado en los recovecos oscuros de la condición humana como Lessing en este libro.Lo que tampoco dicen los cables es cómo Lessing vivió en Sudáfrica en una granja agrícola en la ex Rhodesia. La tierra que cultivaba con su familia tenía dimensiones africanas, 3.000 acres. La principal cosecha era el maíz (hoy, en ese lugar, hay viñedos y se crían avestruces). De chica asistió muy poco a la escuela local, pero le gustaba elaborar dulces caseros. Faltaba, se rateaba con asiduidad. A los 14 años tuvo el tino de abandonar los estudios para poder educarse. Y leer, su vocación más ferviente. Fue, felizmente, autodidacta. Vivió en Sudáfrica hasta el año 1951, en que se trasladó a Londres. Pocos saben que Lessing dedicó buena parte de su vida a educar niños, los propios y los de otros. Ha realizado muchos tipos de trabajos y es diestra con las manos: sabe coser, es eximia cocinera y mejor jardinera. Siempre ha pensado con nobleza: que mejor mantenerse apartada de los círculos literarios, limitados y fatuos en su estrechez. Las fotos mejores, las de veinte años atrás, la muestran en una pose de invariable y apacible belleza. Imposible no enamorarse de su sabiduría. De sus manos. Los burócratas de Estocolmo se han equivocado este año: eligieron bien. Omisión elogiable: la burla in progress de La buena terrorista (Sudamericana) se les debe haber pasado por alto.
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