miércoles, enero 23, 2008

El coleccionista de rechazos

Dicen que lo que hoy llamamos Historia de la Literatura es un reconocimiento posterior de lo que en principio fue una historia de rechazos. Es probable, pocos en sus comienzos han tenido las puertas abiertas. No parece necesario redundar en ejemplos, son demasiados, clásicos y no tanto. De esos rechazos editoriales, salvando unos pocos y contados, casi no hay testimonios escritos. Lógico. Ningún editor quiere dejar constancia de las peripecias del no de lo que lee y, de resultas, no produce (recientemente Luis Chitarroni, editor y escritor, dejó sus Peripecias del no por escrito, novela de Interzona que es tránsito a lecturas mayores y canon mordaz de deudores, tributarios y cuasi plagiarios en materia literaria). Como sea, los documentos del no escasean. El "Salón de los Rechazados", en París, pudo exhibir al menos los documentos en tiempo de las obras que habían sido excomulgadas del canon estético de la época. No pasa lo mismo con la literatura, por supuesto. Editor de por medio, la posteridad literaria suele ser el síntoma tardío de un error las más de las veces temprano, subsanable en obra mas no en tiempo contingente. En el terreno argumental, salvo excepciones, tampoco el rechazo editorial tiene mayormente preponderancia, ni aún como subtema. Es un aspecto sobre el que es preferible pasar de largo. Para qué, hay tantas historias. Asunto muy menor, íntimo en todo caso. Sí en cambio el fracaso. Sobre el fracaso -como sabiamente dijera Gertrude Stein- se van recostando una a una las generaciones ("Todas las generaciones -textuales y sensatas palabras- están destinadas a fracasar"). El fracaso -junto con la espera- acaso sea uno de los dos grandes temas de la modernidad.Lo cierto que ante la falta de testimonios escritos, los reveses editoriales por lo general van quedando relegados al ámbito del anecdotario personal. Son fichas privadas, hitos en la memoria de una carrera. Sin embargo, los escritores jamás los olvidamos, imposible. Todos tenemos alguno, o varios. Colecciones incluso. Yo personalmente siempre recuerdo uno de tantos, muy expresivo, bello inclusive, y bastante persuasivo en lo que me concierne. "No tiene argumento, carece de tema u objetivo, no hay protagonista, tampoco tensión y ni siquiera se destaca por un estilo". En estos términos, Ivonne, una lectora y crítica francesa de Ediciones de La Flor informó al editor acerca de un original que yo había presentado allá por los ochenta en el sello. Daniel Divinsky, responsable de la editorial y en ese entonces exiliado en Venezuela, al recibir y leer el informe -según me comentó tiempo después-, se dijo: "La novela no tiene argumento, no tiene personaje central, no tiene estilo, no tiene tensión y tampoco tiene objetivo: yo quiero leerla". Fue así que la leyó, intrigado por el "nada de nada" que había logrado mi original. La novela se editó. Es probable que en aquel entonces Ivonne tuviera algo de razón en lo que al texto refiere. Es más que probable, los números de ventas del libro al final se la dieron. De todos modos, los noes rotundos y consecuentes de su lectura -suma de signos menos, matemáticamente hablando- crearon o favorecieron las condiciones para su publicación.Coleccionar rechazos es un hábito del que no puedo desprenderme. Como una manía, me parece. No porque esté abonando el terreno ulterior de la llamada Historia de la Literatura -eso sí que sería tan patético como grotescamente egotista-, sino porque, lo admito, no tengo más remedio. Me muevo bien fracasando, casi un experto. Es una habilidad que he llegado a desarrollar hasta en sus más ínfimos destellos. Con el tiempo uno aprende a a leer gestos, evasivas, silencios y por supuesto, también frases de compromiso y hasta de elogio. Sobre estas últimas, una obviedad: hablan de la estatura moral e intelectual de su portavoz. Nada que agregar. La integridad intelectual de Ivonne, en cambio, es algo que uno jamás ha dejado de agradecer. Me lo repito cada vez que alguien dice "sí". Desconfío del monosílabo. Es traicionero, imbécil y consecuente. Como el éxito que, etimológicamente, nos condena al exit de la salida definitiva.

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