miércoles, enero 23, 2008
¿A quién se parece Adolfito?
La ultima novela del recientemente fallecido Norman Mailer, El castillo en el bosque (Anagrama), abre un interrogante sobre la esencia del Mal en la persona de Adolf Hitler. El libro toma los primeros años del jerarca nazi, desde su nacimiento hasta los dieciseis (cuando pintaba, leía e intentaba tocar el piano), pero en la visión del novelista este joven algo desagradable y ordinario ya ha sido inoculado. El Mal ha anidado en él. Incluso antes de haber nacido. ¿Cómo es eso? El demonio escoge y toma posesión. El Mal contra el Bien. El bebé de pecho que es Hitler, en no muchos años más regurgitará sangre de millones de judíos. Tiene padre (Alois) y madre (Klara) en un turbio árbol genealógico, pero su verdadero Pater es El Maestro. A él se le parece. Curiosa (o no tanto) la perspectiva teológica que asume Mailer en este libro que iba a formar parte de un proyecto mayor: Hitler hasta su muerte. "Ante la magnitud del genocidio y la destrucción de la que fue responsable el Hitler histórico, la comprensión humana retrocede impávida. Sin embargo, y de igual modo, nuestra comprensión queda sumida en la perplejidad cuando Mailer nos dice que Hitler fue responsable del Tercer Reich sólo en un sentido mediato, que en última instancia la responsabilidad recae en un ser absoluto y maligno que en la novela se nombra como El Maestro", comentó recientemente Coetzee en alusión al libro del norteamericano. ¿Simplificación del Mal? "La lección que nos enseña Adolf Eichmann —escribió Hannah Arendt en la conclusión de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal— es la de la temible banalidad del mal, que desafía a la palabra y el pensamiento". Arendt la acuñó en 1963, y desde entonces el enunciado adquirió categoría propia. En el pasado Mailer manifestó una y otra vez sus sospechas en relación con la llamada "banalidad del mal". Y generó su réplica: "En su condición de liberal secular -dijo Mailer-, Arendt se muestra ciega a la fuerza del Mal en el universo. Pensar que el Mal es banal es dar muestras de una prodigiosa pobreza de imaginación". El Premio Nobel J.M.Coetzee recordó tanto esta discusión como la que algunos años antes, en 1946, la misma Arendt mantuvo epistolarmente con Karl Jaspers a raíz de tema vinculado. En ese entonces Arendt disentía con el filósofo y psiquiatra alemán por el uso de la palabra "criminal" que éste hacía refiriéndose a los nazis. "En comparación con la mera culpabilidad criminal -le escribió a Jaspers-, la culpa de Hitler y sus cómplices excede y frustra todos y cada uno de los sistemas legales". Jaspers se defendió: "Si se sostiene que Hitler fue más que un criminal -dijo-, se corre el riesgo de atribuirle la misma grandeza satánica a la que él aspiraba". Años más tarde, cuando escribió el libro sobre Eichmann, Arendt revalidó sus conceptos: aunque atroces, ninguno de los actos del nazismo reveló jamás ningún pensamiento profundo, ninguna inteligencia. La trivialidad del Mal, no obstante y por ello mismo, resulta abominable en la visión de la pensadora. La lectura que hace Coetzee puede zanjar algunas diferencias: "Más allá de la superficie -ha señalado a propósito de El castillo en el bosque-, se advierte que Mailer está en lucha con la misma paradoja que Arendt. Al invocar lo sobrenatural, puede dar la impresión de que las fuerzas que animaban a Adolf Hitler eran más que simplemente criminales". Más allá de reduccionismos o de enunciados absolutos, es probable que tanto Mailer como Arendt hayan tenido parte de la razón, lo mismo que Jaspers y que el propio Coetzee. La psicopatología del Mal, con toda la complejidad y trivialidad que entraña, acaso no rechace ninguno de estos dos conceptos, sino probablemente los asimile. ¿No será acaso que tanto lo trivial como lo complejo quizá actúen en mutua convivencia y connivencia, como una sola manifestación? ¿Y no será ésta también su intrínseca patología? Luego, ¿por qué lo banal debe renegar de otros atributos y condiciones, o al revés? Semanas atrás, Jonathan Littell, el neoyorquino hoy radicado en Barcelona y autor de la premiada Les Bienveillantes (Las Benévolas, RBA editores), señaló en una entrevista efectuada en España que "la cultura no nos salva de las peores atrocidades, la Historia lo ha probado". Recordé las palabras de Littell a propósito del último libro de Mailer y, como una coincidencia cercana y vinculante, días pasados leí un muy valioso texto sobre "Stalin en la biblioteca" en el blog Mosca Cojonera. Aquí el autor nos brinda rigurosas y convincentes razones para despejar lugares comunes en torno a la "vulgaridad" de los máximos jerarcas del nazismo, el fascismo y el estalinismo, así como de su presunta falta de formación. Redireccionando la afirmación de Littell: ¿Los salvó a ellos la cultura? ¿Los libró del Mal? Mosca Cojonera ofrece datos y pormenorizada investigación como para reflexionar en torno al tema, sin prejuicios ni lugares comunes. Vale la pena hacerlo acá.
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