miércoles, enero 23, 2008

Genio y locura, un lugar común

Algunas notas para vencer la pavura de la exposición: la primera, el libro de Teresa del Conde por título idéntico: Arte y psique. Las minúsculas son por los ejemplos sintomáticos que prevalecen al abordarse el tema. Cuando no es González Serrano en el libro de Conde (el artista plástico español que iba y volvía del infierno), el espacio común nombra -ya sabemos- Pollock, Van Gogh, Münch, etcétera, etcétera. Entre nosotros cita obligadas son Alejandra Pizarnik, Jacobo Fijman, y más etcéteras. Más lugares comunes, subsiste aún la seductora tendencia a desmontar interpretativamente el proceso artístico y su génesis en vínculo con la enfermedad, como si la actividad sináptica y su disfunción en este caso pudiera explicar la coloratura de una obra musical o por qué Charlie Parker empleó un registro de inarmonías y blancas en tal tema. Otras cosas que fastidian: los intentos reduccionistas de las neurociencias y la psiquiatría para la comprensión del proceso artístico o, mejor dicho, creador. Genio y locura, el maridaje siempre evocado para nombrar el sufrimiento ejemplar del canon artístico.Más ejemplos de la actividad del prejuicio: la "psiquiatría del arte" con su ensayística de ejemplos universales clásicos (aclarar, sumar más nombres). La esquizofrenia en versión vulgata para la expectativa ingenua: locos pero geniales. Otras zonas erróneas en asociación con el clisé: alcoholismo y creación, droga y creatividad. El aura oscura del romanticismo decimonónico persiste, sabe correrse. Pero es poder psiquiátrico que cambia de nombre. En tiempos modernos levanta prepagas en el arte, alentado por creadores funcionales al discurso. ¿Nadie puede brindar una lista de autores geniales en los que la neurosis no pasó de eso: neurosis?. ¿No? Habría que empezar a contar. Es larga la lista. La matemática no es prejuicio. Una analogía del reduccionismo sináptico en pos de explicar lo inefable del hecho artístico: los pueriles intentos del surrealismo para vincularse con el inconsciente a través de la escritura automática. La escritura en código morse: tontería de color. ¿Alguien aceptaría una fundamentación en miligramos para desocultar el sentido oculto de Mr Hyde en relación con el Dr. Jekyll? El de Stevenson no es un relato clínico, y, sin embargo, hay quien lo ha mencionado como tal (aclarar). La terminología de la moderna psiquiatría es insuficiente, pero persiste en sus intentos (dar ejemplos). No está mal, está para eso. Una forclusión para Picasso, algo de disociación para Kafka, marche un brote psicótico para Virginia y una psicosis maníaco depresiva para Sylvia Plath. Los artistas neuróticos no seducen porque los artistas neuróticos no seducen. La convención de la anomalía psíquica alentada por el poder psiquiátrico y su medicalización es más fuerte. Al revés: como una nota aparte para esta charla propongo los siguientes temas: "Mecánica dental y Psique". O "Albañilería y Psique". O, extendiéndonos, "Ingeniería Hidráulica y Psique". ¿"Política y Psique", no? Hay muchos casos, demasiados. "Costura y Psique" sería un tópico personal en mi caso. Una anécdota muy citada: Joyce con su hija Lucía, quien sufría de graves perturbaciones mentales. En un intento desesperado del escritor por estabilizar a Lucía, la impulsa a escribir. Y ella escribe y escribe. Con los textos de Lucía va a visitar a Jung en consulta y se los muestra. Jung los lee y calla. Joyce interviene: "Escribe como yo", dice, en un intento entrañable, paternal y desesperado por parecérsele, por menoscabar o reducir la enfermedad con su escritura fracturada de Bloom. A lo que Jung responde: "Sí, pero allí donde usted nada, ella se ahoga". La pregunta: ¿dónde nadaba Joyce, en qué mar lo hacía? En el mar del lenguaje. Y aquí es, precisamente, donde el prefijo psi cobra pleno sentido, al menos para mí. Porque psi es letra y es, esencialmente, obrador del lenguaje. El lenguaje nos hace, hemos sido construidos por él, somos -como dice Steiner- no hacedores sino siervos del lenguaje. En este sentido, lenguaje y creación, o lenguaje y escritura -prefiero esta categoría menor de producción- a mí me impone un enorme respeto (en términos familiares: madre es lenguaje, padre es escritura). Si he de elegir un prefijo, entonces, es obvio: el psi del psicoanálisis. Escritura y psicoanálisis comparten un mismo mar, un relato parecido, cuando no similar en ocasiones. Siempre me ha parecido que escribir es ir más allá de la tercera rompiente (lo referí hace cosa de 8 o 9 años atrás, aquí mismo, en una charla sobre el mismo tema). Es nadar en mar abierto. Donde no hay referencias o sonidos, donde incluso se pierde la noción cardinal de la costa. La tarea del psicoanálisis, en medida comparativa, es, como bien señaló un crítico, "mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que siempre está en riesgo de hundirse". Mi convicción profunda en este psi radica en el hecho de que el psicoanálisis no es sin embargo un salvavidas sino un aprendizaje, un empezar a nadar a partir del lenguaje, del rudimento de la palabra. El lenguaje nos constituye y nos salva. Somos su creación. No únicamente los artistas -esos sintomáticos que sirven de fábula ejemplar a los neuroestudiosos-, sino todos quienes compartimos este mismo mar. No hay diferencias, lo compartimos en la alegría, la desesperación, la angustia, la ansiedad o los afectos profundos que nos animan a perseverar, a continuar braceando. Otra nota: la mitificación de la enfermedad en función del arte. Deplorable, encima sin clínica, alentados todos estos textos sobre cuasi biografías (todas las biografías son cuasi). Añadir algo así: "torpes aprendizajes de esa falta básica que es la vida". ¿Formas vulgares de la eternidad? (corregir esto último). Hay demasiadas, no son patrimonio del arte. Sí, por supuesto, a veces aparecen resultados bajo la forma artística; a veces -bajo otras formas- esos resultados son tan extrañamente bellos y desapercibidos que ni siquiera los consideramos, ni siquiera nos animamos a acortar distancias y mirarlos de cerca. Como le pasaba a Psique, que en la mitología griega era una diosa tan atrozmente hermosa, si es que cabe el oxímoron, que ningún hombre se le animaba. Todos la deseaban, pero nadie se acercaba a ella. Luego, Psique (alma) fue sintiendo voces, primero unas cuantas, luego otra. No era locura, era Amor quien le susurraba en pos de una reparación (ver lo del mito en Grimal, ajustar). Una coda: no es artística la enfermedad. Artistas enfermos, sí. Lo mismo que ingenieros, albañiles o costureras.

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